No creo que nunca, en la historia, dos jugadores se hayan enfrentado siete veces en la final de un Grand Slam. Seguro que nunca lo han hecho en las tres superficies: hierba, tierra y cemento. Es muy complicado, imposible, encontrar adjetivos para calificar lo que Nadal y Federer llevan haciendo en los últimos cuatro años -cinco con este-. Bastaría con imaginar lo que habría sido de cada uno sin el otro: sin la presencia de Nadal, Federer habría ganado 17 Grand Slams ya, incluyendo 6 Wimbledons y 3 Roland Garros. Sin la presencia de Federer, Nadal llevaría, a los 22 años, 4 Roland Garros, 3 Wimbledons y tres años y medio como número uno.
Impresionante.
He comentado varias veces que el record personal en sus enfrentamientos (12-6 para Nadal) es significativo pero no del todo justo: casi todos los enfrentamientos se han producido en tierra batida. Fuera de la tierra, el balance es de 5-3 para Federer, con un exiguo 3-2 en pista dura. Eso sí, el suizo se llevó los dos últimos enfrentamientos, ambos en semifinales del Masters de Shanghai y con cierta facilidad.
Es difícil pensar que Federer no es favorito en la final. Lo sería aunque Nadal hubiera jugado un partido fácil y rápido ante Verdasco y desde luego lo es después de las cinco horas y cuarto de maratón físico a 30 grados en pleno verano australiano. Federer ha ganado ocho Grand Slams en pista dura y Nadal está ante su primera final. Federer tiene la motivación y la rabia del trono perdido y Nadal sabe que ha cumplido más que de sobra metiéndose en la final cuando todos los medios -incomprensiblemente- le descartaban desde el principio.
Puede que sea un nuevo espectáculo, de los de 9-7 en el quinto set o puede que sea un paseo para Federer, si las piernas de Rafa no funcionan. Puede que sea Roger el que se derrumbe mentalmente ante su bestia negra, pero no es probable. Hay que contemplar cualquier escenario.
Lo siento mucho por Verdasco. Yo vi en directo hace cinco años a Verdasco en el Masters Series de Madrid y escribí maravillas sobre él. Recuerdo que titulé aquella crónica: "Verdasco, Rascón y otros tipos del montón" y le calificaba como la gran esperanza del tenis español allá por 2004. No sé por qué demonios ha tardado tanto en explotar. Lo siento por él, digo. No niego que mi federerismo y la lógica tendencia a animar al débil me invitaban a ir con el madrileño, pero lo cierto es que un Nadal-Federer en la final de un Grand Slam es mucha tela.
Su primer encuentro después del calificado como "mejor partido de la historia". Su séptima final de Grand Slam. Disfruten, porque pasarán años hasta ver algo parecido.