jueves, enero 22, 2009

Buscando un beso a medianoche


Atención: esta crítica incluye spoilers

Esta es la historia de un chico que necesita un milagro. Es escritor. Guionista, en concreto. Algo autocompasivo y autodestructivo. Pasa los días metido en una casa de Los Ángeles -él nació y creció en Austin, Texas-. Vive con un amigo de la infancia y la novia de éste. Está completamente bloqueado y perdido.

Es nochevieja.

El otro día alguien dijo que el dinero era el nuevo dios, pero el nuevo dios como mucho sería la belleza, o el amor, directamente, y si buscamos el dinero es solamente porque creemos que así nos van a querer más. Eso es todo. Así que en realidad el nuevo dios no es más que el viejo dios, el dios de siempre y cuando el chico va a pedir su milagro no pide dinero, ni contratos, ni ideas maravillosas para guiones brillantes. Pide una chica.

Pone un mensaje en un foro de Internet y espera.


Esta es la historia de una chica que quiere despedirse. Sobre todas las cosas. Y que sabe que una buena despedida te hace pasar a la historia. Dejar el mejor recuerdo, eso es todo lo que le preocupa. La chica es rubia, es guapa y es actriz y necesita sentirse especial. Nadie se siente especial en Los Ángeles siendo rubia, guapa y actriz. Pero Internet no es Los Ángeles y, ya quedó dicho, es Nochevieja: cada noche es la última, cada mañana, la primera.

Así que la chica llama al chico que busca el milagro y calcula el tiempo que necesita para despedirse de él. Pueden ser cinco minutos o pueden ser cinco horas. Puede ser una de esas anheladas despedidas históricas o una despedida rabiosa y rápida, de tiempo perdido. No lo sabe. Lo intuye, pero no lo sabe.

El chico y la chica pasan una de esas tardes-noches que sólo suceden en las películas. Necesitamos las películas para soñar con que eso nos puede pasar a nosotros y seguir vivos y esperando. El chico y la chica que se conocieron en Nochevieja por Internet pasean por Los Ángeles como si fuera una ciudad completamente ajena. Como dos recién llegados. Ella también es de Texas. Ella también está bloqueada, pero sabe que ha gastado todos los milagros y que a lo más que puede aspirar es a ser ella misma el milagro de otro.

Decide intentarlo. Los chicos hablan de todas las cosas de las que hablan los chicos de mis relatos. Sólo cambia el nombre de las calles. Sonríen y flirtean. El ex-novio llama cada diez minutos. Ella le llama "mi novio", pero luego rectifica, "mi ex novio". Él dice: "Estoy harto de oír ese teléfono sonar todo el rato". Y es sólo la primera cita. Ella se fue de casa cinco días atrás y no ha querido dar explicaciones a nadie, menos aún a su familia. El novio-ex novio llama compulsivamente y el novio-aún-no-novio se desespera: "Habla con él", dice.

Y ella habla con él y se despide.

Se acerca la medianoche. En Estados Unidos, hay que besarse en la medianoche de Nochevieja. Es su manera de recibir el año. Nosotros, mucho más vulgares, comemos uvas. Ellos, con su punto optimista y adolescente, cuentan el tiempo que falta, impacientes: diez, nueve, ocho, siete... y así hasta el cero y el beso y la promesa de un año nuevo que será mejor, claro que sí. Como todos.

Los chicos se besan y se abrazan. Se tumban en la cama pero no follan. Se abrazan más. Los besos no son apasionados: son suaves, en los labios. La mañana se acerca poco a poco y con ella los recuerdos. Los recuerdos son terribles, peores que los olvidos, desde luego. Se cuelan por cualquier lado: por las rendijas de una persiana, por el desagüe de un cuarto de baño, por el hueco entre el suelo y la puerta. Los recuerdos son cucarachas que nos esperan en los contestadores automáticos.

La chica sabe que la despedida se acerca. El chico sabe que el milagro ha sucedido. Deciden follar, como un acto desesperado, una especie de ritual. Ella coge un taxi, él le promete que la echará de menos todas las Nocheviejas. Ella se alegra porque eso exactamente era lo que pretendía cuando llamó a ese chico de Internet. Los espectadores nos miramos anonadados, porque queremos que sigan juntos, que vuelvan de una vez a esa cama a abrazarse, besarse, chuparse, correrse... Nos dan ganas de decirles: "Chicos, chicos... pensadlo bien, esto no va a volver a pasar, meteos ahí y dejad los bombardeos para más tarde".

Pero los dos ya saben que no va a volver a pasar, no necesitan a nadie que se lo explique. Uno puede pedir un milagro, pero pedir dos es una exageración. Una puede buscar una despedida, pero despedirse todo el rato es como no despedirse nunca. El taxi se va y él entra en casa. Su amigo le espera con su novia. Sonríen. Ha sido bonito, ¿no? Cantan una canción sobre aires de cambio. Eso es todo lo que queda: el cambio. El tullido volverá a andar, esa es la promesa. La chica no volverá. Nunca. Será un recuerdo.

Cada uno ha conseguido exactamente lo que quería. En sólo 24 horas. No creo que ninguno tengamos nada que reprocharles. Poco a poco salimos del cine, con una especie de sonrisa triste y melancólica, parafraseando a Peter Pan y pensando que el amor debe de ser una aventura maravillosa.