viernes, enero 16, 2009

El escritor

El escritor revisa el artículo y descubre que ha repetido la palabra "muerte" en dos frases consecutivas y decide que tiene que cambiarlo. Queda fatal. En concreto, ha escrito: "...incluso la muerte como telón de fondo: el libro se publicó el mismo año de la muerte del autor en...". A veces, escribe tan rápido que le pasan esas cosas: sintaxis equivocada, palabras repetidas, conceptos poco claros...

Quizás, si de verdad pretende ser un escritor, debería tomarse más tiempo. Todo lo que ha leído sobre escritores apunta en esa dirección: la importancia de la palabra precisa, del adjetivo exacto, de la frase con sentido. ¿Cómo va a encontrar todo eso escribiendo en media hora, deprisa, deprisa, entre una cosa y otra? Es imposible. Históricamente imposible, al menos. Su literatura tiene que ser forzosamente apresurada y pobre y sin recursos. No los está buscando, ¿cómo va a encontrarlos?

Pero, bueno, el escritor ha pasado por cosas peores. Aunque muchos digan lo contrario, hay cosas mucho peores que ser escritor, en general, y equivocarse una vez, repetir una palabra aunque tenga connotaciones distintas -no es lo mismo, la muerte como concepto, como "telón de fondo", ha escrito, un tópico periodístico de los que no evita, que la muerte real de un hombre real, en este caso de...- no es tan grave. No puede ser tan grave. Basta con editar de nuevo y buscar un sinónimo.

Así que mueve el cursor hacia la palabra y la borra y piensa en cómo rellenar el hueco. Su primer impulso es poner "deceso", pero tiene un problema: él sabe que existe la palabra "deceso", pero no la ha utilizado nunca. No sabe si un escritor debe utilizar palabras que la gente no utiliza o si es todo lo contrario, si un escritor debe rescatar las palabras que la gente ya no utiliza. "Deceso" parece un término jurídico, forzado. La reseña tiene el habitual tono periodístico fluido, con puntos incluso de humor. ¿Se justifica la palabra "deceso" ahí?

Cree que no. Le suena ampuloso y detesta sentirse ampuloso.

Pero luego piensa que quizás sea necesario -para ser un escritor "de verdad", quiere decir- utilizar términos ampulosos. No basta con saber que existe la palabra "deceso", igual que existe la palabra "quedamente", también hay que demostrar a los demás que sabes que existen. Escribir, en muchos casos, es una demostración. Aquí estoy yo.

Lo que pasa es que no, no puede. El uso. El contraste. ¿Se iría al otro lado y pondría "la palmó"? No, seguro que no. ¿Cuántas veces oye a lo largo del año que alguien "la ha palmado"? Muchas veces. En el tono informal de la reseña quedaría incluso aceptable, pero, ¿qué escritor digno de ese título diría algo así: "la palmó"? Es vulgar. No se puede escribir que alguien la palmó, salvo que seas un personaje de José Ángel Mañas o quieras parecerlo. No se puede. El escritor se niega. Mucho menos a decir que .... la palmó. La gente así no la palma. Tampoco decesa, de acuerdo, pero "palmarla" es exagerado.

El escritor duda incluso de que exista el verbo "decesar". No debe de existir. Se lo ha inventado. Intenta mostrar tanto vocabulario que se lo inventa. No es ya que luche con armas que no son suyas, es que intenta luchar con armas que no se han fabricado. Lo mira en Internet: no, "decesar" no existe. Era de prever. Sin embargo, "deceso" tiene que venir de algún lado. Es la acción de... ¿de qué? No tiene ni idea. Le fastidia no tener ni idea. Debería saber estas cosas. Tendría que saber estas cosas.

Pero no las sabe. Quizás algún día las aprenda y pueda llamarse escritor de verdad. Quizás para cuando las aprenda ya no quiera escribir más. Saberlo todo tiene que ser aburridísimo y te tiene que quitar por completo las ganas de contarlo a los demás. Uno cuenta cosas sueltas. Ahí está el entusiasmo: cuanto menos sabe uno, más importante le parece. El día que lo sepa todo, que tenga todo el vocabulario, la gramática, la maldita sintaxis metidos en la cabeza, ese día dejará de escribir.

Lo tiene decidido.

Eso sí, el hueco sigue ahí. Llegará un día en el que sólo se utilicen la mitad de las palabras y no nos dé miedo repetirlas. Es como la típica frase de los traductores: "enchufe el enchufe en el enchufe". "Habló de la muerte antes de su muerte". Y no será tan terrible. Piensa un poco y recurre a lo fácil, como siempre. No piensa en la palabra "adecuada" y el sustantivo "preciso" -o quizá sí, ¿qué lleva haciendo todo este tiempo, si no?- sino que piensa en lo que antes le saque de esa pantalla y le lleve a otra. Literatura de Super Nintendo.

"Fallecimiento", elige. Y lo escribe. Y eso no quiere decir que no siga dándole vueltas un buen rato. Y, una vez más, no sabe si es bueno o malo.