¿Qué pasa por la cabeza de uno de estos chicos que van con la música puesta en el móvil a todo volumen? ¿A qué viene? ¿Y por qué se ha convertido en una moda? No sólo me tengo que ir a la otra punta del vagón cuando una señora llena de bolsas pone bachata para sí misma y los demás sino que en la otra punta hay un bakaladero con el pelo semi rapado -una mata de pelo en lo alto- que nos obsequia con las "canciones" de ese fin de semana de la Fabrik.
Tiene que ser un reto. No puede haber otra explicación. Aunque, ¿a quién está retando entonces la señora? Pero el chico lo hace para poder meterse en una pelea. Si no, no tiene lógica. La gente ya no sabe cómo pegarse y ha recurrido al móvil. Todos los móviles tienen cascos y es innecesario decir que la música se escucha mejor en los cascos que en el altavoz de un teléfono. Además, el chico sabe que nos está molestando. La señora también, pero el chico está buscando que alguien se lo diga, estoy convencido.
Está buscando que alguien le pida que baje el sonido del móvil o que lo apague para soltarle un insulto o algo del tipo "hago lo que me sale del..." y luego liarse a patadas o a puñetazos o lo que sea. Con un poco de suerte, la señora lo grabaría y lo podría emitir en Internet. El móvil es lo que tiene.
Dos paradas después se baja, en Coslada Central, pero yo no puedo evitar seguir dándole vueltas. ¿A quién hay que pedirle que se pare eso? ¿Llegará un momento en el que todos seremos como Radio Rachim en "Haz lo que debas" e iremos con nuestra música atronando a los demás. ¿Qué sentido tiene? A lo mejor yo soy un viejo treintañero reaccionario. Profesor, además. Represento todos los poderes tradicionales y están luchando contra mí. Llevo un libro de Martin Amis en la mano, además. La bachata y la Fabrik me están dedicadas, seguro.
El metro se para en cada estación unos dos minutos. Tengo prisa, para variar, y estoy francamente agotado, hasta el punto de dudar si alguna vez había estado tan agotado. Probablemente, sí. En Estadio Olímpico el tren del transbordo nos espera justo hasta que llegamos. Cuando en un andén se abren las puertas y salimos con los billetes en mano, en el otro se cierran y alguien se descojona en la cabina del conductor. Seguro. Otro reto, pienso, otra pelea.
Últimamente, tengo la sensación de que me estoy peleando con todo el mundo. Demasiada gente a la que llamar o escribir y recordarle cosas. Uno no puede ya ni confiar en El Corte Inglés, ¿a dónde vamos a llegar?
Cualquier día de estos aparecerá mi cadáver acuchillado bajo un banco de la estación de San Fernando de Henares. O al revés. Cualquier día aparecerá el cadáver de un bakaladero de Coslada mientras yo voy por Simancas escuchando los Killers en el MP3 de su móvil.
Either way, you catch flu... or you catch the city
El Estado es un sensor
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*por Yaiza Santos*
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