Yo soy de los que me creo las cosas al revés. Un eterno conspiranoico. Si alguien está callado, me da miedo. Algo oculta. Si alguien se pasa el día fardando... mmm... mala cosa. Todo eso me recuerda a mi prima Irene con tres años paseando de la mano de T. y diciendo, mientras se acercaba a un pueblo en fiestas, aquello de "no me dan miedo los cohetes", y luego luchaba por no echarse a llorar.
Lo que decimos para impresionar a los demás o para creérnoslo nosotros mismos: véase Mohammed Ali en "
Cuando éramos reyes".
Cuando oigo a Lance Armstrong insistir en lo bien que va, lo ambicioso que es, cómo va a sorprender a todo el mundo... Cuando le oigo decir chorradas como "estoy mejor que cuando gané el Tour", cosa imposible de saber en enero en cualquier caso y altamente improbable después de tres años retirado, hay algo que me escama: tiendo a pensar que no está tan bien, que necesita esa ventaja psicológica para que le crean y creérselo él mismo.
Recuerdo a Stephen Roche -como pueden ver, este post son todo recuerdos- diciendo aquello de "Visentini habla mucho pero pedalea poco". Bueno, es imposible que ustedes entiendan la metáfora pero, digamos que Visentini era un corredor italiano que fardaba mucho y Roche era un pequeñín irlandés que hablaba más bien poco pero acabó ganando el Giro de aquel año.
¿Puede ser ese el caso de Armstrong y Contador? No sé. Nadie vuelve casi a los 40 tras tres años de parón y es mejor que antes. Ni Michael Jordan. Eso lo dice todo. Andar presumiendo de eso es una excelente manera de que los demás pensemos en sus carencias.