Seguro que me tomé a Federer en serio mucho antes, pero siempre recordaré la final del US Open de 2004, su primera final en Nueva York, ante el ex-número uno y ex-campeón del torneo Lleyton Hewitt. Yo crecí viendo a Lendl, McEnroe y Connors. Luego a Becker, a Edberg, a Agassi y a Sampras... pero nunca, jamás, había visto a nadie jugar así: 6-0, 7-6, 6-0. Ataque y defensa. Absolutamente imparable. Aquel era su cuarto Grand Slam, después vendrían doce más.
Con Federer podemos perdernos en números pero los números no maquillan las sensaciones. Seamos sinceros, si Federer perdiera siempre, probablemente ni me hubiera fijado en él, pero una vez arriba, 12, 14 o 16 Grand Slams me son lo mismo: es el mejor jugador de tenis que yo he visto en la historia y si sus números no son más espectaculares es porque coincidió en el tiempo con el mejor competidor que he visto en cualquier deporte: Rafa Nadal.
La derrota de hoy en cuartos de final de Wimbledon, probablemente suponga el punto más bajo de su carrera: después de la final en Roland Garros, muchos le veíamos favorito para llevarse su séptimo trofeo en Londres. Acabar perdiendo ante Tsonga después de una ventaja de dos sets a cero es duro. Muy duro. Y no es la primera vez que le pasa. Es imposible estar 285 semanas como número uno sin capacidad de sufrimiento y una enorme mentalidad, pero es justo reconocer que cuando Federer se va, se va y desaparece, algo que nunca le veremos a Nadal.
El año pasado perdió hasta cuatro partidos en los que tuvo match point a favor y este año la cosa va por el mismo camino. Cuando dominas por completo, los puntos decisivos no tienen tanta importancia, básicamente porque te llegan con 5-2 a favor. Cuando la cosa se estrecha, saber jugarlos es clave, y Roger, ahora mismo, no lo consigue. Se vio en la final de Roland Garros, se ha visto hoy en Wimbledon.
Su situación es difícil: seis Grand Slams seguidos sin vencer, su record desde 2003. Podría ser el primer año de los nueve últimos en los que no levantara ninguno, ya solo le queda el US Open. En poco más de un mes cumplirá 30 años. Está casado y tiene dos hijas. Lo ha ganado todo. Delante de él no sólo tiene al tiburón Nadal, con derecho uno de los mejores jugadores de todos los tiempos, sino a un Djokovic supremo y a un Murray que en cuanto le dé la cabeza probablemente consiga también sus grandes trofeos.
Es el momento de plantearse cambios. Desde que trabaja con Annacone sus resultados no han sido desastrosos, pero falta algo más: ganó el Masters, fue finalista en París, semifinalista en Nueva York y Australia y ha sumado otros tres cuartos de final en esta racha negra. No es ningún desastre, de acuerdo. Pero no es lo que se espera de él.
No sé si es el momento de enterrar a Federer. Desde luego parece lejos de sus dos mejores rivales y puede verse superado por Murray en un momento dado. Podría jugar tres años más y no bajaría del top 5, pero, ¿es eso lo que quiere? En 2008 pasó por una racha simiilar y acabó ganando US Open, Roland Garros, Wimbledon y Australia en apenas un año y medio. ¿Se repetirá la historia? No lo sé, de verdad. Espero que sí, pero la competencia es atroz y los Raonic, Dimitrov, Del Potro, Tomic y compañía están al acecho.
Incluso Pete Sampras ganó un US Open fuera del top 25, a los 31 años, en el que sería el último partido de su carrera. Puede que eso sea todo lo que nos quepa esperar de Federer, un canto del cisne. Me da igual, yo me reafirmo: nunca vi nada parecido en una cancha de tenis. Nunca disfruté tanto. Y por eso le doy las gracias. No sé si el rey ha muerto pero en cualquier caso, si es así, solo puedo gritar: "Viva el rey".