Todo cambia para que todo siga igual. Desde Roland Garros 2004, Nadal y Federer se han repartido todos los triunfos (13) en París y Londres. 2011 no será una excepción, al menos de momento. Rafa se clasificó para su 12ª final de Grand Slam (ha ganado nueve) cuatro horas antes de que Roger rompiera la racha de 43 partidos imbatido de Novak Djokovic y llegara a su vigésimotercera. La quinta en Roland Garros. La octava entre ellos, cuatro en París.
Su dominio rompe todas las estadísticas: han ganado 24 de los últimos 29 Grand Slams. Si les parecía que lo de nuestra liga de fútbol era como lo del Rangers y el Celtic, aquí tienen un ejemplo más válido.
Ambos jugadores entraron al torneo en crisis: la de Nadal, muy matizable y exagerada por los medios y el propio entorno. Rafa había perdido cuatro finales contra Djokovic y eso siempre hace mella, pero había
llegado a esas cuatro finales y si le sumamos sus victorias en Montecarlo y Barcelona, resulta que antes de París había jugado seis finales del circuito de manera consecutiva perdiendo solamente ante un jugador. En primera ronda tuvo un sustito ante Isner, un partido que se prolongó más de lo habitual pero que en ningún momento peligró para el español. Desde entonces, con más o menos ansiedad, no ha perdido ni un set en todo el torneo.
Federer llegaba igual que en 2009: perdido el número uno, lejos de la nueva rivalidad, sin ningún torneo importante bajo el brazo y sumando un montón de decepciones en semifinales. Su juego no era malo, pero no era lo suficientemente bueno para ganar a los dos grandes dominadores. Después de ocho años en la cima -entró en el top 3 de la ATP en julio de 2003 y desde entonces no ha salido- y a punto de cumplir los 30, las dudas sobre su capacidad competitiva estaban en seria duda.
Eso ocultó otro hecho: igual que Nadal solo había cedido ante Djokovic; en esencia, Federer solo había cedido ante Djokovic
y Nadal: semifinales de Australia, Madrid, Miami, Indian Wells, final de Dubai... Sus resultados no eran ningún espanto, más aún después del excelso final de temporada en 2010 que le llevó a adjudicarse invicto el Masters.
Sin presión, desahuciado, y fuera de todos los pronósticos, Federer ha conseguido llegar de nuevo a la final jugando probablemente su mejor tenis sobre tierra batida. El partido contra Djokovic es difícil de igualar, no solo en términos de juego de ataque sino de defensa. Es complicado que le vuelva a salir un partido tan redondo y lo único que puede lamentar es que el partido le saliera aún en semifinales, a un escalón del título.
¿Conseguirá subir ese escalón y derrotar por fin a Nadal sobre la arcilla de Roland Garros? Parece improbable. No imposible, desde luego, porque Nadal dejó más dudas ante Murray de las que mostró el marcador: las 18 bolas de break en contra en solo tres sets son preocupantes, aunque solo dejara convertir tres al escocés. En cualquier caso, Rafa es el número uno del mundo, el mejor jugador de la historia en tierra batida, ha ganado este torneo 5 veces y en tres de ellas su rival en la final fue el que encontrará el domingo.
Es más, en su último partido cara a cara en Roland Garros, Federer apenas pudo hacer cuatro juegos.
No esperen algo así, desde luego, muchas cosas han cambiado: Federer ya no tiene la presión del número uno y sobre todo, y esto es importantísimo, no tiene la presión de pasar a la historia porque ya ha ganado Roland Garros. Por primera vez se enfrentarán dos ex campeones y no un ex campeón contra un eterno aspirante con la moral comida. Nadie da un duro por la victoria de Roger, además, eso debería suponer una motivación por un lado y un alivio por el otro.
¿Qué podemos esperar de la final del domingo? Los partidos entre estos dos jugadores siguen patrones muy claros y Federer no ha conseguido cambiarlos a lo largo de seis años. No tiene respuestas al juego de Nadal, que se basará de nuevo en mandar bolas altas al revés del suizo confiando en su fallo o en moverle así lo suficiente para luego entrar con una derecha paralela al lado que no puede cubrir su rival. El partido debería ir a manos de Nadal salvo que se produzcan sorpresas en los siguientes puntos:
- El saque. Decisivo, sobre todo para Federer. Si Roger saca bien y gana puntos gratis tendrá menos presión. Nadal lleva sacando mal todo el torneo y toda la gira de tierra. Ya digo, Murray, medio cojo, le sacó 18 bolas de break, lo que nos lleva a:
- Los puntos clave. Con esto me refiero a las bolas de break, de set y de partido. Federer nos ha acostumbrado -precisamente contra Nadal- a no saber jugar esos puntos. Algo cambió contra Djokovic: recuperó dos bolas de set en la primera manga, supo empatar a cinco con el saque del serbio en la cuarta y sentenció con un ace el primer match point que tuvo al saque -antes había cedido dos al resto-. Lo que no consiguió fue mejorar su tasa de conversión a la hora de romper el servicio rival. Se quedó en cuatro breaks después de 25 oportunidades. Contra Rafa no puede permitirse algo así, desde luego. Estaría muerto.
- El revés. Nadal (y con él todo el circuito) sabe perfectamente que un duelo de derechas es imposible ganarle a Federer, hace lo que quiere con la bola. Pero el revés es intermitente: contra Djokovic fue casi su mejor golpe, tanto cortado como directo. El problema es que Djokovic no le da el efecto a la bola que le da Nadal. Cuando Nadal ataca el revés del suizo lo hace con bolas que botan muy alto y obligan a golpear muy arriba la bola. Federer no se acostumbra, es un golpe antinatural para él. Si consigue dominarlo, al menos hasta el punto de no cometer demasiados errores no forzados ni dejar bolas a media pista, tendrá alguna opción.
- La presión. Nadal puede ganar su sexto Roland Garros e igualar a Borg. Eso es un señor record. Además defiende el número uno. Si pierde, caerá al dos e incluso ese puesto se vería muy amenazado por Roger en Wimbledon. La capacidad competitiva de Rafa no la tiene nadie. Probablemente no la haya tenido nadie jamás. Si por juego es claramente inferior a Djokovic y Federer, a la hora de competir les da mil vueltas. Se le ha notado nervioso estas dos semanas, con algunas declaraciones preocupantes, pero ahora dice sentirse libre de ansiedad y disfrutando de su juego. Desde luego toda la presión la tendrá él. Como ya he dicho antes, para Federer esta final es un regalo que no esperaba. No aspira al número uno, ya ha ganado este torneo hace dos años, no tiene cuentas pendientes. Si pierde contra Nadal será una derrota más. Si gana, un éxito memorable.
El que sepa lidiar mejor con estas circunstancias se hará con el partido.