Yendo más allá de la consigna presente en toda la película -"cómo, a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor" y pasando por encima del insistente "name-dropping", unos diálogos algo forzados y recurrentes y la belleza de cuento de hadas, casi al estilo de "La rosa púrpura del Cairo", lo más emocionante de "Midnight in Paris", para mí una película soberbia en lo que tiene de complicidad con el espectador, que se llena de entusiasmo igual que su protagonista y es capaz de sentir esa alegría casi en primera persona... Lo más emocionante, decía, es poder salir con la ilusión de que nosotros podríamos ser ellos.
De que a lo mejor, incluso ya somos ellos, pero no nos hemos dado cuenta, igual que ellos parecen no darse cuenta en la película, aunque algo me dice que sí, se daban cuenta, lo sabían, excepto la dulce Marion Cotillard, empeñada en volver sin saber adónde, harta de tanto genio con ínfulas.
En cualquier caso, la mera suposición de que uno puede dejar de ser uno mismo y empezar a ser otro ya me resulta atractiva por sí misma. Sea uno quien sea.