Un músico amigo mío me decía que lo importante cuando te subes al escenario es conseguir que “todos los tíos quieran ser tus amigos y todas las tías se quieran acostar contigo”. Hay algo de eso en el personaje de Manuel Jabois: un vividor con ese punto nostálgico de la clase media-baja de Pontevedra que tanto cultiva. Una especie de Julio Iglesias torpe y drogado.
Todo hombre sabe, desde muy pequeño, que a la hora de hablar de cama y vodka es mucho más decisivo resultar verosímil que verídico. Lo importante de “Irse a Madrid” de Jabois es esa sensación de que todo lo que está contando, incluso lo que sabes que es una exageración, a él le pudo haber pasado, es decir, resulta creíble. La escritura es impecable, sin un solo adorno innecesario, sin una palabra de más.
No hay línea que te puedas saltar en los casi cien artículos del libro.
Sinceramente, no creo que haya mucha gente capaz de escribir tan bien como Jabois o de exponerse con tanta honestidad. Cuando quitamos al personaje: el calavera pontevedrés que colecciona besos furtivos, puñetazos y resacas junto a sus amigos de pueblo, aún nos queda un periodista maravilloso. Vamos a dejar esto claro: que Jabois sea capaz de hacer ficción de sí mismo es un mérito indudable, pero acabaría aburriendo a todo el mundo si en medio no hubiera una serie de artículos dedicados a temas de actualidad con una perspectiva y una inteligencia sublimes.
Lo bueno de Jabois es que es un sinvergüenza, en todos los sentidos. Cuando escribe, no está pensando en más consecuencias que las estéticas. No le importa ser políticamente incorrecto o mandar a tomar por culo a cualquiera que le ande troleando
su blog. Eso le permite una soltura envidiable, un estilo muy cuidado donde nada es accesorio, a lo cual ayuda la excelente edición de Pepitas de Calabaza, donde prácticamente es imposible encontrar una sola errata.
Jabois habla de sus noches de sexo como luego habla de Fraga, del Prestige, de las herrikotabernas, de Rosa Díez… todo ello a calzón quitado, como si ante la crítica ya tuviera preparada la respuesta: “Dejadme en paz, joder, que estoy durmiendo”. En ocasiones da la sensación de que él se ve reflejado en Cela pero yo no puedo evitar imaginarlo como un Valmont pontevedrés, que va de bar en bar y de chica en chica con ese mohín encalado en el tedio con el que John Malkovich afrontaba todas sus conquistas y sus duelos.
“Irse a Madrid” es un libro imprescindible para cualquiera que aspire a ser columnista en este país. Probablemente, no haya nadie, ni en los grandes medios, que domine el género como Jabois: saber ajustarse, saber explicar, saber ir al grano, mezclar el humor, incluso el espectáculo, con el análisis que va más allá de lo simple. Si usted no aspira a tanto, no se preocupe: le va a interesar y se va a reír.
Decía el propio Manuel recientemente que en una de las críticas se le llamaba “postmoderno”. No puedo imaginar nada más alejado de su escritura: precisa, exacta y cuidadísima. Un Larra sin ínfulas. Efectivamente, uno va pasando hojas del libro y desarrolla una empatía inmediata con aquel personaje eternamente adolescente, porque uno también ha tenido sus noches locas, ustedes qué se creen.
Llega el punto en el que sí, la idea de ser amigo de Jabois e irse juntos de farra al Toni 2, o similar, se hace muy apetecible. Pero en el fondo los dos sabemos que al final él me acabaría quitando la novia y la mañana siguiente fingiría no acordarse de nada. Aunque se acuerde, claro. Y yo, como el joven y manipulable Keanu Reeves que siempre he sido, me vería obligado a batirme a vida o muerte con él, justo con él, a quien la vida o la muerte parece que le den absolutamente igual.