Primera visión de Chete Lera como hermano de pinta progre en "Familia", la primera y mejor película de Fernando León de Aranoa. Un actor con un empaque extraordinario, sin necesidad de exagerar gestos ni acentos, un tipo que entra en la habitación, dice "buenos días" y te lo crees inmediatamente. Aquella película no solo representaba el debut del estandarte del cine social posterior en España sino que contaba con una jovencísima Elena Anaya, absolutamente deseable, una rejuvenecida Amparo Muñoz después de una década infernal de drogas y depresiones y un relativamente comedido Juan Luis Galiardo, para lo que es el personaje.
Fue una película clave, tipo Pulp Fiction. Aranoa se lanzó al reto de "Barrio", Galiardo vivió una segunda juventud en teatro y cine, Anaya se convirtió inmediatamente en el icono sexual de una generación y Chete Lera, con su sobriedad de psicólogo que sabe manejarse al borde de un ataque de nervios acabó trabajando con Alejandro Amenábar e Icíar Bollaín en apenas tres años. Amparo Muñoz, desgraciadamente, no consiguió levantar cabeza.
¿Qué me unía a mí, con 21 años, a Chete Lera? La confianza en que, en el futuro, yo podría ser como él, es decir, un tipo con apariencia intelectual, elegancia no forzada y mucha tranquilidad. Recuerden que en aquella época yo aún no tomaba ansiolíticos pero empecé a hacerlo poco después de salir del cine sin poder respirar justo antes del final de "Abre los ojos", día de estreno, cines Morasol. Mi novia de los 90 no entendía nada, como tantas otras después.
Probablemente, el recuerdo que todos tenemos de Chete Lera sea precisamente el de Amenábar, el terapeuta que intenta tratar a Eduardo Noriega de algo que él mismo no comprende, que intenta explicar, que intenta razonar, convencer... y acaba en aquella terraza de la Torre Picasso dándose cuenta de que él no existe. Sinceramente, es una de esas películas que con el tiempo se han ido viniendo abajo, algo que creo que no pasará con "Tesis", precisamente por el punto generacional que siempre tuvo, pero si había ahí un verdadero drama no era el de Noriega ni el de Cruz ni el de Nimri, sino el de Lera, desolado, nervios perdidos, compostura desanudada, mirándose las manos sin poder intuir qué iba a ser de él ahora que sabía que él, como tal, no era nada: la invención de un tipo dispuesto a saltar cien metros abajo.
Quizás aquello fue una premonición. Tuvo su papel en "Flores de otro mundo", en una película llamada "Fisterra", que vimos por aquello de que mi novia era gallega e incluso un episódico en "Médico de familia", la serie que separaba a los niños de los hombres. De creer a IMDB, entre 1998 y 2000 participó en once largometrajes y seis cortos. ¡Y ustedes que creían ver a Puigcorbé en todos lados! Algo me dice que se hartó. Puede que ganara suficiente dinero o puede, simplemente, que prefiriera gastar su tiempo en otra cosa. Desde entonces se ha convertido en un secundario o ni siquiera eso, papeles muy circunstanciales en "Remake", "Concursante" y algo más extensos en "Smoking room" y un buen montón de cortos para matar el gusanillo.
Reconozco que cuando le encuentro en pantalla me llevo una gran alegría, aunque solo sea dos minutos y de pasada. Me da igual, inmediatamente conecto con el hombre que quería ser de adolescente y no me paro a pensar ni por un momento si aquel es el tipo maduro que quiero ser ahora que parece que soy un hombre. No puedo evitar pensar que si no llegó más lejos fue porque no quiso. No lo explico de otra manera. Era el prototipo de hombre sensato igual que Carlos Álvarez-Novoa es ahora el prototipo de abuelo entrañable. Se vio en el radar y le entró algo parecido al pánico. Puedo entenderle perfectamente.
Vi los últimos cinco minutos de "Abre los ojos" en una pantalla en blanco y negro, después de haberme echado agua en la nuca y las muñecas y haber retomado la respiración. Obviamente, no entendí nada. Tampoco importaba: hasta entonces no es que la película hubiera sido un libro abierto.