miércoles, marzo 04, 2009

Se siente chachi pilongui


Todo el mundo bebía menos yo. Yo no bebía. No bebía alcohol, quiero decir. Ellos se pasaban las botellas de calimotxo y las litronas de cerveza y gritaban sin medida canciones que incluían varios "lololololo" porque en cierto modo eran -¿éramos?- hooligans que iban en el autobús del equipo a provocar a otra ciudad, a gritarles bien claro que eran putas y gitanos. Nuestra ideología pasaba del anarquismo al fascismo con una facilidad encomiable. Nuestra ideología no existía. Teníamos 16 años; en algunos casos, 17.

Yo tomaba Coca-Colas. Muchas Coca-Colas. Tantas que podía parecer borracho durante toda la tarde y toda la noche. Los demás, no. Los demás se turnaban porque nadie puede estar borracho diez horas seguidas. No podían estar borrachos cantando la canción de "El Golpe" a las doce de la mañana, borrachos en la Plaza del Pilar a las cuatro de la tarde, borrachos en el partido a las ocho y borrachos antes de que nos recogieran de vuelta a las dos de la mañana. Imposible. En medio había una montaña rusa a turnos. Unos bajaban y otros se montaban.

Yo miraba con mi nube de algodón rosa. Ese era mi papel. Observaba y pensaba si quería ser como ellos o no. No conseguía decidirme. A los tipos de los bares por los que pasábamos les sucedía algo parecido: no sabían si partirnos la cara o abrazarnos y hacerse unas risas con nosotros. Se suponía que éramos divertidos. Hooligans y provocadores, sí, pero divertidos.

Los viajes de vuelta eran terribles. Nadie dormía. Menos si habíamos ganado. Si habíamos ganado, la gente daba rienda suelta a una euforia absurda, de cuarto puesto en la temporada regular de la Liga ACB. Ese tipo de euforia que no necesita motivos. Entonces, decía, los viajes se convertían en un espanto, porque seguían cantando. No todos, una minoría, pero esa minoría no dejaba dormir a nadie y los demás teníamos que participar y a mí no se me ocurrió otra cosa que rescatar un clásico de la televisión de aquella época -ah, los felices 90- y decir "se siente chachi pilongui" y entonces todos -bueno, no todos, insisto, una minoría, pero nada silenciosa- empezaron a gritar "chachi pilongui, se siente chachi pilongui, chachi piloooongui", al ritmo de guajira guantanamera y por un momento me sentí una estrella.

Uno de ellos, por así decirlo. Y eso estaba bien, definitivamente. Chachi pilongui.