Entendí "Talkie walkie" como una novela de amor. O un libro de relatos, como prefieran. Desde el principio con "Venus" al enamoramiento de "Cherry blossom girl" a la manera en la que el chico pedía que se quedara a dormir en "Run" -"I feel strange when you go,go,go,go...". Me parecía una historia preciosa de cómo las cosas son en los sueños y las películas y las canciones.
Podía imaginar la felicidad de "Universal traveller" o "Surfing on a rocket", o incluso el silbido exultante de mañana de domingo abriendo la nevera en busca de un cartón de leche de "Alpha Beta Gaga". Me recuerdo a mí mismo silbando "Alpha Beta Gaga" a la salida del Patatus, muy chulo, delante de una chica preciosa, mientras los macarras me gritaban "Qué suerte tienes, cabrón" y yo sonreía y le escribía mis propias canciones -a la chica preciosa- e incluso fábulas y relatos de conservatorios y ella las cantaba sobre un escenario.
Ya ven, algo nuevo que saben.
En lo que a mí respecta, "Walkie Talkie" era una novela de amor con final feliz o sin final, o con final abierto. Eso lo dejo en sus mentes. "Biological, I don´t know why I feel the way I do". Como para saberlo. Alguien dijo el otro día que cada vez que me veía era como el día después de verme, aunque hubieran pasado diez meses. Biológico, supongo. Siempre quise ser biológico, en ese sentido. "Química", lo llaman a veces. Incluso, "Física o química" para adaptarlo a los nuevos tiempos.
Y tras "Biological", "Alone in Kyoto", que me negaba a ver como lo que el título anunciaba: la historia de un hombre solo, sino como, quizás, un alto en el camino, un momento de reflexión. Como si fuera imposible que todo aquel enamoramiento se acabara. No en la ficción, al menos. Si nos quitan la ficción, ¿qué demonios nos queda?