Voy cambiando de silla en silla, de pantalla recién estrenada de nosecuantasmil pulgadas con Full HD en pantalla, viendo un vídeo aquí y otro allá. Se me acumulan. En la pantalla central suena "The Universal", de Blur, con su toque "La naranja mecánica", a la vez en la del fondo está Paul Simon con "René and Georgette Magritte with their dog after the war". Jamiroquai y el pesado de Michael Jackson. "Wild boys" de Duran Duran y "Vogue" de Madonna y justo antes de "Vogue", "Heart Shaped Box", de Nirvana.
Para terminar, "Karma Police", de Radiohead, a pantalla gigante.
¿Por qué tanta libertad para ir saltando de un lado a otro? Porque estoy solo. Hasta el punto absurdo de que han abierto la sala de la exposición sólo para mí y la pobre chica de la Casa de la Cultura se ha quedado ahí leyendo una revista y esperando a que terminara. Así que he terminado un poco antes de lo que me gustaría pero con la promesa de volver, quizás con la Chica Portada si se decide a venirse y darle un empujoncillo a la promoción de nuestro proyecto a concurso, hasta el momento, nula.
La frialdad de la gente de aquí a veces es sospechosa. Más que nada porque los fines de semana no son nada fríos, pero luego llega el lunes, o incluso el domingo noche y es complicado. Los camareros no dan las gracias, las indicaciones llegan como torturas, las salas con los mejores videoclips de la historia están vacías... e incluso el público del Festival se contagia de ese hieratismo: cuando acaba la proyección de "Young at Heart" sólo aplaudimos dos personas.
Es sorprendente que "Young at Heart" (Corazones Rebeldes, en su traducción al castellano) haya pasado tan desapercibida en las carteleras nacionales. Es un documental absolutamente prodigioso sobre un grupo de ancianos que van de gira con un coro cantando canciones que van desde "Schizofrenia" de Sonic Youth a "I feel good" de James Brown pasando por "Fix you", de Coldplay, que es una canción preciosa le pese a quien le pese.
El documental no es sensiblero ni es anecdótico, aunque al principio puede parecerlo, porque al principio sólo hay la típica empatía de ver a un grupo de viejecillos haciendo gracias. Luego llega la realidad. Es un documental terriblemente realista, con enfermedades, sufrimientos, muertes... es imposible no empatizar con eso, ¿cómo no empatizar si esos abuelos podrían ser nuestros abuelos? ¿Qué abuelo no daría todo por su nieto y qué clase de nieto no se sentiría absolutamente orgulloso de su abuelo fuera quien fuera, Rudolf Hess, pongamos por caso?
Un abuelo es un abuelo, y estos ancianos están ahí: débiles, desprotegidos, irónicos, al final de su vida, castigados, reñidos, premiados, metidos en un mundo que no debería ser el suyo pero en el que siguen de la manera más cruel, a pesar de las muertes, de las enfermedades... La narración es soberbia. Honestamente, me pasé el documental llorando, no podía evitarlo. Y no es que el director me estuviera metiendo el dedo en el ojo. Todo lo contrario: se limitaba a mostrármelos ahí, tan orgullosos y tan frágiles a la vez, tan tan tan ancianos, tan desvalidos...
Y cómo sonreían y cómo disfrutaban cuando les aplaudían y les vitoreaban. La sensación de que estás haciendo lo último realmente útil de tu vida, pero que aún lo estás haciendo y que aún es tu vida y que nadie te va a decir que no, abuelo, no vayas al coro a ensayar, porque el coro lo es todo y como dice una de las protagonistas, "si me desplomo en mitad del escenario, continuad", y sé que es una frase muy tópica y dramática del mundo del espectáculo, con la salvedad de que en este caso concreto es perfectamente probable: hasta tres miembros del coro murieron durante la grabación del documental.
Esos hombres y mujeres soberbios, apurando la vida, y ese director enloquecido. Un hombre que se ha ganado el cielo si hay cielo y se ha ganado el nirvana si hay nirvana y un montón de huríes si hay huríes. Lo que quiera. Cómo les cuida, les dirige, se preocupa por ellos. Les vacila en ocasiones, porque la compasión no sirve de nada. Y cómo ellos se aprenden a Sonic Youth, a Coldplay, a The Ramones, a Police...
Poco antes de este pedazo de película, salió Anartz Zuazua para presentar su corto, "Él nunca lo haría", que juega precisamente con eso: con la puerilización absoluta de esta sociedad, su idolatría adolescente por la juventud y la belleza, hasta el punto de olvidar por completo a los que nos criaron, a los que lo saben casi todo, a los que deberíamos escuchar para aprender algo. Su corto es ingenioso, divertido y cruel a partes iguales. Exagerado, como sucede con todas las parodias, pero efectivo.
Cualquiera daría la vida por su abuelo, ¿no? O su abuela, pongamos el caso. Lo contrario es posible, pero no deja de ser trágico.