sábado, enero 12, 2008

La muerte de Ángel González


Puede que haya poetas que nos gustan más a los que no nos gusta la poesía. Poetas que conectan de cualquier manera. En casi todos los casos, coinciden Neruda y Benedetti. En el mío, además, están Jaime Gil de Biedma y Ángel González.

Descubrí a Ángel González en una antología pálida -"Palabra sobre Palabra"- que me regaló María cuando dejamos de ser novios. Era su poeta favorito y a las cien páginas del libro ya era el mío. Teníamos un poema en común, además, un regalo de antigua enamorada. Se titulaba:

ESO ERA AMOR

Le comenté :
-Me entusiasman tus ojos.
Y ella dijo :
-¿Te gustan solos o con rimel?
-Grandes,
respondí sin dudar.
Y también sin dudar
me los dejó en un plato y se fue a tientas.


Un poema que, sin dificultad, podría yo dedicar ahora mismo a alguien. A ti.

Así que Ángel González como figura a la que venerar hasta aquella noche en la sala Galileo y en Las Bridas, los whiskies hasta el amanecer, los boleros cantados en voz baja, los abrazos... había algo de sacrílego en abrazar a Ángel González, aunque abrazarle a él era un poco como abrazar a María y abrazarte a ti y abrazar a todas las mujeres de las que me enamoraré en sus versos.

Los whiskies y los cigarros. Hasta el último momento, comentaba esta mañana Joaquín en el velatorio. Yo quiero una vida así y quiero, sobre todo, una muerte así: una muerte plácida, sin sufrimientos, con discreción, dormido, después de una semana de fiesta con mis amigos. Y quiero que mis amigos sean tan amigos y tantos. Quiero que lloren por mí como niños en la sala número cinco del tanatorio de San Isidro y quiero que después se emborrachen como locos en mi honor.

Con Ángel González muere, probablemente, el mejor poeta vivo que quedaba en España. No lo sé seguro, ya lo he dicho al principio, yo no entiendo de poesía. Pero si preguntan a los que entienden, no creo que su diagnóstico se aleje mucho del mío.