La Chica Imán y yo buscamos una terraza por Malasaña donde nos sirvan un café. Es tiempo de crisis pero nadie sale a atender, nos quejamos como dos abuelos, que es lo que llevamos siendo toda la vida, yo algo más tiempo que ella. A los dos nos gusta escucharnos en las palabras del otro, es divertido. En rigor, somos iguales pero con diez años y unos diez centímetros de diferencia. "El miedo a la exposición", dice ella, que a sus 24 ya tiene dos obras en cartel, ni más ni menos que en el Fernán Gómez y en el Teatro Español, además de dirigir otra en una peluquería de la calle Velarde. Lo que oyen.
Sí, el miedo a la exposición, a estar todo el rato moviendo los brazos como tontos para que nos miren y cuando nos miran paralizarnos no vaya a ser que no les gustemos, no vaya a ser que no merezcamos toda esa atención. Que no seamos especiales, en definitiva. Nos agota que todo el mundo crea que somos especiales pero nos morimos de miedo de que descubran que no lo somos. Esto es así.
Las infinitas maneras de ser especial y la difícil convivencia con el especialito. Creo que toda mi vida he sido un "especialito" en demasiados registros. Navegar por el disco duro y repasar fotos de ex-novias para encontrarme con la de L. en medio de una escalinata, creo que en Valencia, una tarde que dimos vueltas y vueltas alrededor de un cauce sin río mientras ella esperaba que el amor de su vida la llamara.
El amor de su vida, habrá quedado claro, no era yo.
Pienso en el reto inhumano que debió suponer intentar comprenderme a los 21 años, cuando yo tenía 24. Intentar comprenderme a los 21 y querer seguir haciéndolo hasta los 25, que ya se dio por vencida. A ratos la odio y a ratos no me queda más remedio que darle la razón. Tantos años buscando ser el incomprendido de las niñas universitarias, tanto "
dime que yo" en las escaleras de su post-adolescencia.
Los tiempos cambian, por supuesto. Valencia vista diez años después es otra ciudad igual que L. vista diez años después es otra persona. Una hormiguita desde un aeroplano. Frágil niña cáncer.
La Chica Imán no quiere una vida sin retos, tiene miedo a una vida sin retos y ahí es donde aparece el Eduard Punset que todos los pedantes llevamos dentro: a mí la vida sin retos no me asusta, incluso me reconforta si es una vida sin obligaciones y ahí viene el rollo moralista: "El reto es intentar ser mejor cada día, comportarte mejor, ser honesto, una buena persona... Ese es el reto. Y supongo que si eres creador siempre vas a tener cosas en la cabeza y querer expresarlas de la mejor manera posible... Otra cosa es que tengas que demostrárselas a los demás, a lo mejor eso no hace falta". ¡Ah, el
Pedro Ruiz que se perdió conmigo!
¿Cuándo acaba la necesidad de demostrar nada?, ¿exactamente cuándo?
Esta mañana le escribía a una alumna: "Sigue escribiendo, tienes talento para esto". Era verdad. El truco no está en decir siempre la verdad sino en no decir nunca una mentira. El talento de los otros, esa fascinación recurrente. Yo lo que quiero es que lo intenten, que no dejen de intentarlo nunca.
En menos de un mes cumpliré 35 años. En unos ocho días seré tío por segunda vez. Para ser hijo único reconocerán que no está nada mal. La niña será tauro. Somos una familia muy tradicional: todos somos signos de tierra o de agua: en concreto, 5 tauros, 1 escorpio, 1 virgo, 2 piscis y 3 cáncer, 4 si la Chica Diploma se deja. Una de esas familias en las que solo se puede gobernar en coalición, que es la invitación perfecta para la extravagancia.