Empezó Guardiola con un esquema muy similar al del partido contra el Getafe salvo por una diferencia clave: en vez de Cuenca puso a Thiago, un hombre menos por fuera y un hombre más por dentro que no sirvió para abrir el campo sino para aumentar una cierta sensación de embudo. Con todo, los primeros diez minutos del Barcelona fueron excelentes: buenas transiciones, movimiento de derecha a izquierda, juego constante en el balcón del área, con Pedro, especialmente activo, y llegadas que, si no fueron más peligrosas, se debió al problema endémico de esta plantilla: no hay goleadores más allá de Messi. Thiago, en dos ocasiones, Cesc y el propio jugador argentino flirtearon con el 0-1 pero sus remates quedaron en nada y el fútbol, entre otras cosas, también es rematar.
En una jugada completamente aislada llegó un córner a favor del Levante, que apenas había pasado del medio campo y parecía faltarle convicción para ir a por el partido. El córner lo despejó horrorosamente mal Valdés y el rechace llegó a la cabeza de Koné, que estrelló el balón en las manos descolocadas de Busquets. Si bien es cierto que el jugador azulgrana, a esa distancia, con la pelota encima, poco podía hacer con las manos más allá de lo que hizo: intentar juntarlas desesperadamente al cuerpo para evitar la señalización del penalty, el 90% de los árbitros consideran que esas manos son sancionables y esta no fue una excepción. Las manos no son discutibles, fue solo una cuestión de mala suerte que acabó con el 1-0, gol de Barkero.
Si Valdés hubiera parado bien el balón y si Busquets no hubiera estado descolocado, no habría debate alguno.
El gol cambió por completo el partido. El Barcelona se olvidó de utilizar las bandas de repente y cuando lo hizo fue solo para soltar centros que obviamente nadie remataba porque el equipo no tiene rematadores. Con Xavi en baja forma, Cesc desaparecido, Thiago abrumado y Messi muy vigilado, ni siquiera el tradicional paso adelante de Busquets sirvió para algo: al contrario, aumentó el embudo. Cinco jugadores del Barcelona atacando por el centro ante una superpoblada defensa local, que no tenía problema alguno en dejar las bandas libres.
En general, la primera parte del Levante fue fantástica. No solo por los ajustes en defensa sino por la capacidad para sacar el balón. Cada vez que Botelho o Ballesteros cortaban, el equipo sabía perfectamente qué hacer: primer balón a Koné para que lo guardara, descargar a banda y buscar contraataque: de esa manera evitaban perder la pelota en campo propio y dar al Barcelona otro ataque con la defensa descolocada. Esa manera de atacar, o de contraatacar, resultó la mejor defensa posible. Cuando faltaron fuerzas para hacerlo, en la segunda parte, fue cuando el Levante cavó su propia tumba.
Con el 1-0 al descanso, al Barcelona se le escapaba la liga, eso estaba claro. Guardiola corrigió el planteamiento inicial y metió a Cuenca en la banda por Xavi, que debe de estar con problemas físicos y cuya presencia el miércoles en Londres es inexcusable. El canterano cambió el partido en la medida que lo hizo el planteamiento de su equipo, con órdenes bien claras de jugar con él hasta el abuso. Alexis pasó al centro, aunque siguió pasando desapercibido hasta una jugada mágica de Messi que hizo la pared con él a un toque y colocó su clásico zurdazo con efecto a la base del palo desde fuera del área que se convertía en el empate.
Faltaba más de media hora de partido y al Levante se le hizo eterna. El Barcelona monopolizó el balón, Messi tomó las riendas como Cristiano lo hace en el Madrid -ambos quedan tras este partido empatados a 41 goles en liga, una auténtica barbaridad-, tuvo más facilidad para el desborde y encontró en Cuenca a su compañero ideal. La salida de Iniesta también ayudó a dar un poquito más de verticalidad por la banda izquierda. En una jugada confusa dentro del área, el árbitro señaló penalti por empujón al ex del Sabadell. Es una de esas jugadas que si se la pitan a tu equipo dices que sí, que es falta porque el jugador del Levante empuja con las dos manos por delante y que si se la pitan al equipo contrario dices que no, que el empujón no es suficiente. El caso es que Cuenca tiene la posición ganada, pretende centrar y el jugador del Levante se olvida de la jugada para empujarle e impedirle el centro. ¿Es penalti, no es penalti? Volvemos a lo de Busquets en la primera parte: si el jugador no hubiera perdido la posición, no habría debate. Dejémoslo así.
El 1-2 parecía sentenciar el partido pero no fue así. Guardiola metió a Alves en el campo pero Alves estaba en otro partido, en uno de ida y vuelta que no beneficiaba al Barcelona. Con su rival agotado, desmoralizado y visiblemente cabreado con la pena máxima, el único que leyó el partido de la manera adecuada fue precisamente Messi. El resto, no sé por qué, y los gestos de Guardiola me invitan a pensar que él tampoco lo sabe, entraron en un extraño ataque de nervios que hizo que los últimos diez minutos de partido se disputaran en campo blaugrana y con el balón en pies de jugadores del Levante. Insisto: el partido de los granotas fue descomunal en todos los sentidos.
Esa sensación de dominio no se tradujo en ocasiones más allá de un disparo postrero de Rubén, aunque el técnico barcelonista se desesperaba pidiendo a los suyos calma, posesión, pase... defender con el balón y no rifándolo. El 1-2 final mantiene al Barcelona a cuatro puntos del Madrid y le da la oportunidad de soñar si gana la semana que viene en el Camp Nou, cosa que no hay que dar ni mucho menos por hecha. Los dos equipos llegan a final de temporada justos, como es lógico, con muchas idas y venidas y el partido les toca justo en medio de una semifinal europea, que no es poca cosa.
Ahora bien, si el Barcelona gana y se coloca a un punto, por primera vez en los últimos cuatro meses, tendré que reconocer que hay liga. Si gana, digo.