La última obsesión se llama "andar". Tiene su lógica porque desde hace tres años correr me resulta complicado y eso descarta tanto los deportes de equipo como las carreras épicas por parques soleados, así que cuando tengo que perder algo de peso o simplemente me noto hinchado o me canso de la vida sedentaria como el niño que se cansa de su consola vieja, la única solución es ir andando a todos lados, de una manera compulsiva, ya digo, de Arganzuela a Diego de León; de Plaza de Castilla a Tribunal, puntuando las cuestas como puertos de primera, segunda o tercera, botella de agua en mano y animándome cada tanto con un "Come on" o un "Vamos" que le dé un toque más heroico a lo que no deja de ser un puto paseo.
El sábado empecé las vacaciones. Las empecé de Maestro Alonso a Churruca, que son apenas 4 kilómetros, creo, o eso dice Google Maps, y decidí celebrarlas con una noche loca en el bar de enfrente de mi casa. Lo divertido del caso es que yo estaba convencido de que no había pisado en mi vida el bar de enfrente y resultó que era al revés: que había pasado media vida allí. Me explico: todo empezó cuando la Chica Diploma decidió descansar en vez de ir al microteatro y yo me vi obligado a ver el Barcelona-Athletic de Bilbao. La cosa se complicó cuando me di cuenta de que el partido lo echaban en el Plus y yo no tengo Plus. Salir a ver partidos del Barça por mi barrio no es algo inhabitual, tengo cuenta fija en el irlandés de Barceló, pero intentar ver fútbol un sábado a las 10 puede llegar a ser un pequeño suplicio: jóvenes exaltados, ruidosos y muy poco barcelonistas son malos compañeros de viaje.
Así que, según salí, crucé la calle y me metí en el primer sitio que vi que anunciaran el partido. Ese es mi concepto de fiesta. Cuando ya estaba dentro, pese a la decoración "fashion", pese al aumento notable de la media de edad y pese a la evidente belleza de la mayoría de la clientela, me di cuenta de que me había metido en "El Clan", también conocido como "El Kamikaze" o, poco después, "La perla negra".
Siempre me hizo gracia que me emancipara justo enfrente del bar de nuestra adolescencia, pero es que yo no sabía qué bar era, si uno llamado "Barbarum" o el pijín de al lado. "Barbarum" sonaba mucho más a mi juventud, así que lo elegí sin hacerme muchas preguntas. Estaba equivocado, al parecer. Tampoco importa mucho: pedí una copa y me puse en una mesa diminuta enfrente de una pantalla pequeña, sin heroísmos. El encanto de ver un bar llenarse mientras Tello se inventa penaltis.
Como noche de celebración de vacaciones no estuvo mal: mi equipo ganó, un gran amigo vino a ver conmigo la segunda parte y aunque nos fuimos a las doce y media ya estábamos a punto de montar una editorial online. Si nos dan dos copas más, reflotamos MySpace. Él, con los mismos problemas que yo para ubicarse, en general, decidió acompañarme a casa antes de irse a la suya. Para eso, dimos la vuelta en Apodaca, torcimos en Mejía Lequerica, pasamos entre la adolescencia de Pachá y cuando cruzamos el Día, me preguntó, muy serio: "¿Pero tú dónde vives exactamente?" y yo tuve que contestarle que en frente del bar. No pareció importarle. ¿Qué pueden hacer dos chicos perdidos en una ciudad en vacaciones? Montar editoriales y liarse a andar sin sentido.
Todo sea con tal de sentirnos un poco más cercanos.