De Amélie Nothomb siempre se agradece el estilo y la
claridad. En tiempos de constantes artificios formales, autores como Emmanuel
Carrère o la escritora belga son muy bien recibidos porque le hacen a uno
sentirse relajado, sin necesidad de murmurar halagos a cada frase. Ahora bien,
si Carrère deja claro desde el principio que lo suyo es la “no ficción”, es
decir, que sus publicitadas “novelas” no son en absoluto novelas sino relatos
de situaciones reales desde una determinada perspectiva, el último libro de
Nothomb nos deja constantemente con la duda: ¿Qué es verdad de lo que cuenta?,
y, peor aún, ¿hasta qué punto es relevante?
En las breves páginas de “Una forma de vida”, Nothomb trata
tantos temas con tanta superficialidad que uno acaba por no saber si quiere
hablar de lo bueno que es Obama, de lo cruel y espantosa que es la ocupación de
Irak, de la relación entre ficción y realidad, de cómo cualquier militar obeso
puede convertirse en un momento dado en una Sherezade –la metáfora no es mía,
así aparece en el libro-, de la verdad que hay en las mentiras, como diría
Vargas Llosa, o incluso de los peligros de la obesidad mórbida y su relación
con el estilo de vida contemporáneo.
Un poco de todo suele acabar convirtiéndose en un poco de
nada.
La trayectoria de Nothomb es suficientemente amplia como
para reducirla a unas líneas, pero en muchos de sus libros, incluso sus mejores
libros, se aprecia una especie de desdén por profundizar en las cosas, como si
las dejara caer sin más, esperando que alguien las dé sentido. Ideas sueltas,
expuestas dentro de una narrativa, pero sin demasiado soporte detrás que las
desarrolle. A veces da la sensación de que el libro se le hace largo a ella
misma y lo acaba de cualquier manera, supongo que no soy el único lector al que
eso le ha pasado.
En “Una forma de vida”, esa desidia se aprecia desde el
principio en la propia vaguedad de la historia. Como metáfora, funciona
regular. Como trama, roza el disparate en muchos momentos. Por interesante que
pueda resultar el personaje de Melvin Mapple, pintoresco alter-ego de Nothomb
en la interpretación metafórica, su relación epistolar con la escritora se
sostiene con dificultad y cuando pasa de lo epistolar a lo personal –con la
celeridad habitual de la que hablábamos; en el descuento, por así decirlo-
directamente resulta increíble.
En realidad, supongo, Nothomb quería escribir sobre sí misma
y su forma de vida: la de escritora. A mí, como lector, me parece bien que un
escritor hable de su rutina y sus pensamientos. Hace poco, en una de esas
ferias del ganado editorial que se celebran anualmente en España, un autor
argentino afirmaba que los escritores no deberían ambientar sus novelas en su profesión porque no hay nada de
apasionante en la vida del escritor. ¡Pero cómo no va a ser apasionante la vida
de alguien cuya pretensión es inventar universos!
Otra cosa es que el escritor –como el detective o el
mayordomo- sea interesante por sí mismo o que todo lo que piense y haga sea
materia literaria. Algunas cosas, sí, y otras, no, y siempre dependerá de cómo
se cuenten. Cuando uno termina “Una forma de vida”, aún algo confuso, cree
saber algunas cosas del día a día de Nothomb. No sabe si son verdad o no,
porque Nothomb no deja de ser un personaje en su propia novela, pero sí puede
hacerse una idea.
El problema es que lo que nos cuenta es demasiado vago y
sólo puede tener algo de morbo por aquello de saber que se trata de retazos de
la vida de Amelie Nothomb, una escritora famosa cuyos libros venden mucho. Ella
misma se encarga de recordárnoslo unas cuantas veces. Sin embargo, la historia,
sin nombre y apellido, no tiene interés alguno. Podría tenerla si se centrara en
Irak y las tropas americanas. Podría tenerla si reflexionara a fondo sobre la
obesidad y la comida como adicción poderosa. Podría tenerla si se decidiera a
emprender un ensayo sobre literatura; ficción y realidad; la fama buscada y no
buscada del escritor; la diferencia entre persona y personaje…
La mezcla de todos los temas en un batiburrillo perjudica al
libro. No es un desastre porque la facilidad de su escritura lo compensa, pero
digamos que decepciona. El hecho de que la tira de promoción hable de “su mejor
novela” tampoco ayuda en absoluto a paliar un decepcionante regusto a
ensimismamiento injustificado.
Reseña publicada originalmente en la revista Sigueleyendo