El ensimismamiento de los aficionados y analistas de Real
Madrid y Barcelona hace que pensemos a menudo que cualquier otro equipo es
inferior de por sí y que no solo debe ser derrotado sino goleado. Perdemos por
completo la perspectiva. Puede que el fútbol italiano no esté pasando por su
mejor momento –si quitamos el Mundial de 2006, la Champions del Milan en 2007 y
la del Inter en 2010, que no es poco- pero jugar en San Siro contra el campeón
del Scudetto, actual líder y en una racha impresionante de victorias no puede
ser fácil. Me niego a creer que sea fácil.
Para los que crean que un empate a cero allí sabe a poco
permítanme que discrepe: todo lo que sea salir vivo de un campo así me parece
bien y que al Barcelona le valga cualquier tipo de victoria en su propio campo,
ante su afición y con unas condiciones de césped bien distintas es una
excelente noticia para el aficionado culé. Sí, podrían haber ganado 0-7 con
cinco goles de Messi, pero esas cosas no suceden a menudo.
El Milan es un excelente equipo. Bajo la excusa constante de
su veteranía se esconde una plantilla variada, con muchos recursos,
tremendamente competitiva y que te puede sorprender por fuerza –Boateng-,
habilidad –Robinho- o magia –Ibrahimovic-. Súmenle a dos centrocampistas como
Ambrosini y Seedorf cuya fecha de nacimiento me da igual, siguen entre los
mejores del continente, y a una defensa que se entendió a las mil maravillas,
sabiendo cuándo doblar y cuándo fiarlo al uno contra uno y la eliminatoria, al
menos para mí, era temible de entrada.
Por supuesto, sigue siéndolo, porque un triste empate en
Barcelona clasifica a los italianos, pero si el drama llega, tendrá que ser en
el Camp Nou, donde es de suponer que el Barça gestionará mejor los espacios. No
fue así en San Siro: manejó muy bien la presión, supo ser físico, apenas
concedió un par de oportunidades en la primera parte… pero en ataque se mostró
incómodo con el balón, sin apenas combinaciones, con confusión entre la
filigrana y la conducción excesiva y con un césped que dejaba incluso a los
jugadores más técnicos en evidencia.
Guardiola se la jugó con Keita en el once inicial y el
partido le dio la razón. El malí estuvo soberbio en una función que no podía hacer Cesc, un Cesc que,
además, pasa por un mal momento de forma. La mejor manera de atacar al Milan
era robándole el balón arriba y descolocándolo. En ese sentido, tanto Keita
como Busquets estuvieron muy listos y el trabajo de Mascherano y Piqué atrás
rozó la perfección. Fallaron los laterales: Puyol se siente terriblemente incómodo
en el costado izquierdo y Alves abusa de la cabalgada sin acabar de leer bien
el momento de dar el pase.
Si a eso le unimos un gran partido de Xavi, ¿qué falló
entonces?
Bueno, fallaron los delanteros, o, más bien, la forma de
atacar en estático. O acertaron los defensas, nunca se sabe. Messi lo intentó
varias veces pero siempre con tres jugadores italianos encima y turnándose para
empujar, agarrar, golpear o incluso tumbar con una patada de kárate como en el
caso de Nesta. Es de suponer que en el Camp Nou, el Milan no se podrá permitir
una defensa así. El argentino se descentró, sus compañeros dejaron de
encontrarle y el Barcelona se hizo previsible.
Con los matices que ponen las lesiones y la habitual
dificultad de jugadores formados lejos de La Masía para entender el juego
barcelonista en su primera temporada, hay que reconocer que el rendimiento de
Alexis es mejorable. Mejorable teniendo en cuenta su precio y sus expectativas.
Su problema no es de voluntad, desde luego: en cada partido se deja el alma.
Simplemente no acaba de entender el juego a la misma velocidad que sus
compañeros y su relación con Messi no acaba de funcionar. Alexis corre y corre
pero apenas se para a pensar. La salida de Tello en la segunda parte mejoró al
equipo, e incluso Pedro se mostró más participativo.
El otro problema fue Iniesta, en una posición en la que
puede jugar pero difícilmente destacar, al menos ante un equipo tan fuerte en
defensa: la banda izquierda. Cuando tienes cuatro centrocampistas como Xavi,
Iniesta, Cesc y Thiago dejar a uno en el banco ya es complicado pero dejar dos
parece una herejía. Si tenemos en cuenta que ninguno es pivote y que Busquets y
Keita se vienen alternando en esa posición, el esquema del Barcelona obliga a
jugar con tres defensas –opción que apenas funcionó en partidos decisivos a
principio de temporada y se ha reservado a momentos puntuales y habitualmente
en los partidos de casa- o a descolocar a uno de sus creadores.
Normalmente le toca a Cesc, ya completamente desubicado, y
este miércoles le tocó a Iniesta. El manchego estuvo desaparecido y tenso. No
supo manejar el balón cuando le llegó y no dispuso de espacio alguno para
demostrar su talento, hasta el punto de ser el primer cambio del equipo, no se
sabe si por problemas físicos o simplemente porque Guardiola prefirió abrir el
campo con dos extremos y mantener a Keita en la presión.
Frente a eso, el Milan opuso mucho coraje, mucho juego
físico, bastante inteligencia y poca ambición. Si quieren jugársela en el Camp
Nou, insisto, me parece bien. No dejarán de ser un equipo peligroso pero
incluso el Inter de Mourinho supo en su momento atacar y meter tres goles que
daban un colchón necesario. Viendo el rendimiento del Barça esta temporada en
su campo, y aunque muy a principios del año el Milan se encontrara con un
empate a dos agónico, ni siquiera intentar una victoria mínima en San Siro
puede costarle muy caro al campeón italiano y siete veces campeón de Europa.