viernes, marzo 23, 2012

29-M: El derecho a renunciar a tus derechos



No creo que las decisiones económicas de este gobierno vayan por buen camino. No porque sean de este gobierno en particular -que no está nada claro que lo sean- sino porque siguen ese concepto tan vago de “austeridad” que amenaza con cargarse el consumo interno de España y Europa mientras se pagan religiosamente los intereses de las distintas deudas contraídas. Como afirmaba Rosa Díez en el reciente debate parlamentario sobre la revisión del déficit público, es de suponer que hay un plan financiero en la Unión Europea que va más allá de prestar dinero a los bancos al 1% para que ellos compren deuda soberana al 5%.

Tampoco sé hasta qué punto la reforma laboral va a dinamizar el mercado de trabajo. Cuando el presidente sale diciendo: “Sabemos que a corto plazo el paro aumentará y la recesión se acentuará…”, el país tiene un problema muy serio porque “el corto plazo” es ni más ni menos que el quinto y el sexto año de crisis, paro, falta de liquidez, deudas y estancamiento del consumo. Hay en todo esto una desgana acorde a la situación anímica española: da la sensación de que el Gobierno ha hecho una reforma laboral por hacer algo y los sindicatos le han convocado una huelga general porque no quedaba más remedio.

Que el negativismo se ha apoderado de los españoles es obvio, creo que todos lo podemos reconocer en nuestro entorno más cercano. Un buen amigo lo resumía perfectamente: “El problema no es el dinero. Yo podría tener un millón de euros, pero, ¿qué hago en España con un millón de euros más que perderlo?” Esa es la sensación: que no hay escapatoria, que no hay futuro, que no hay medio-largo plazo ni esperanzas, solo mantras insistentes como “generar confianza”, “no gastar lo que no se ingresa” y “todos hemos vivido por encima de nuestras posibilidades” que pretenden abortar cualquier atisbo de protesta sensata.

¿Es la huelga general una solución a este problema? A mí las huelgas generales no me parecen una solución para casi nada. Hoy en día, una huelga general no se hace contra los empresarios, sino contra los consumidores. En una sociedad de servicios como la nuestra, esto es así. La huelga es un sacrificio, por supuesto, pero pierde un poco de sentido cuando el sacrificio lo hacemos perjudicando a los que ya se sacrifican a diario, mientras los que han recortado salarios y puestos de trabajo se ahorran ese día de sueldo.

Hay algo que no me cuadra en el ejercicio del derecho a huelga y es que supone la renuncia a todos los demás derechos, es decir, ese día, para ejercer mi derecho a protestar contra una medida laboral, decido renunciar a mi derecho a la atención sanitaria, a la educación, a la movilidad, al trabajo… Todos los derechos que defendemos los otros 364 días del año desaparecen ese día para poner morros y gritar bien alto y en pareado.

Cuando el Metro cierra, los usuarios se quedan sin poder viajar y la empresa se ahorra un dineral. Cuando un instituto o un colegio cierra, un montón de estudiantes se quedan sin la lección de ese día y la administración se guarda otra buena cantidad en sueldos. Cuando los trabajadores de un hospital o un ambulatorio deciden no prestar sus servicios ese día, las listas de espera crecen, las pruebas se retrasan, los quirófanos se vacían… y se daña aún más a la sanidad pública.

En resumen, que yo no voy a hacer huelga el 29 de marzo, salvo que me obliguen a ello. No porque esté de acuerdo con la reforma laboral o con las medidas económicas del gobierno sino porque prefiero sacrificar ese derecho a sacrificar todos los demás, porque hay un punto de “que se joda el capitán que no como rancho” que me molesta. Como los sacrificios son una cosa muy personal, por supuesto, el que quiera elegir en otro sentido libre es de hacerlo, pero, por favor, sin imposiciones ni moralinas.

Artículo publicado originalmente en el periódico El Imparcial, dentro de la sección "La zona sucia".