miércoles, marzo 21, 2012

Giani Stuparich- Guerra del 15


Probablemente la I Guerra Mundial fue la última guerra romántica y con ello no quiero decir nada positivo. Al contrario. El romanticismo asoló Europa con muertes y muertes en nombre de la patria, la nación, el destino durante todo el siglo XIX, de principio a fin y empezó el XX algo fatigado pero aún con fuerzas para dar el último Do de pecho: una guerra de cuatro años, la más sangrienta de todas, y en la que nadie ganó nada a nadie, una sucesión de trincheras, acantonamientos, gas mostaza, chinches y horror.

Giani Stuparich fue uno de esos románticos que acudió como voluntario a las trincheras que separaban el norte de Italia del sur de Austria –en concreto, Trieste y Údine- acompañado de su hermano, los dos dispuestos a luchar por su sagrada nación pese a las suspicacias que su apellido, de claro origen austrohúngaro, levantaba incluso entre sus propios compañeros. Ambos hermanos eran escritores, peor aún, poetas, y su tono elevado impregna a veces las primeras páginas del libro, con unas descripciones algo melosas y un lenguaje en ocasiones cursi, demasiado como para resultar creíble.

Ahora bien, todo eso pasa conforme avanza el horror. La trinchera. El bombardeo indiscriminado. El polvo en la cara y la ropa interior pegada al cuerpo. El hambre. La facilidad con la que Stuparich cambia de registro y pasa del recuerdo melancólico o la descripción bucólica al horror sin espanto, es decir, al frío relatar de las explosiones, la sangre, los cuerpos desmembrados, los camilleros bajo el fuego enemigo… La sobriedad de cada una de estas descripciones vale por el libro entero y hacen que uno se congracie con el autor. No, no es solo un romántico o, si se prefiere, es un romántico con todas las consecuencias: el amor y el horror, dos caras de una misma épica.

Al principio, el lector puede echar de menos algo de contexto: Puesto que estamos ante un diario de guerra, ¿quiénes eran exactamente esos hermanos Stuparich? De acuerdo, intelectuales muy jóvenes, prácticamente adolescentes, que colaboran con revistas culturales del post-Risorgimento italiano, pero, ¿cuál era su verdadera importancia, de dónde salen? Es más, ¿exactamente a qué momento de la I Guerra Mundial se está refiriendo el libro? ¿Cuál era la situación en el frente que separaba la nueva Italia de la vieja Austria en 1915? Uno pide Historia, pide datos, cifras, contexto… pero luego se da cuenta de que todo eso hubiera sobrado. Da gusto cuando el autor y la editorial son más listos que tú.

El libro no habla de una guerra concreta ni de un hombre concreto. El libro habla del horror de cualquier guerra. Más allá del horror barato y sentimental: del tedio, del absurdo. En un momento dado, el propio protagonista, ya completamente hastiado de órdenes y contraórdenes reconoce, después de ser mandado a la retaguardia, una retaguardia inútil, vacía de sentido: “¡Mejor las trincheras de la Rocca, mejor aquellas frente a la cota 121! Allí arriba, incluso en las jornadas ociosas, se tenía la sensación de morir por algo, caso de que hubiera sobrevenido la muerte”. Pareciera que Stuparich estuviera deseando la muerte o al menos coqueteando con ella y que eso le colocara más cerca de su condición de héroe.

La moraleja es clara: en la guerra no hay héroes, o al menos no hay héroes románticos, hay disciplina, orden, mugre, ladillas, balas perdidas y aviones que sobrevuelan. Poco podía imaginar el autor que apenas 25 años después esa maquinaria de destrucción masiva alcanzaría su esplendor tecnológico en la II Guerra Mundial, la guerra de la burocracia por excelencia.

Reseña publicada originalmente en la revista Sigueleyendo