Lleve donde lleve este intento de remontada blaugrana -probablemente, sigo pensando, no será al título de liga- lo que queda claro es que esta temporada será muy valiosa para el club y sus jugadores. Ha sido una temporada a contrapié, con multitud de problemas deportivos y extradeportivos y con la tentación constante de dejarse ir, de abandonarse ante la superioridad del Real Madrid; una tentación que, años atrás, habría sido demasiado poderosa: discotecas en Castelldefells y agentes movedizos.
Sin embargo, no ha sido el caso y ya podemos decir que el Barça va a cumplir su primer objetivo: obligar al Madrid a luchar hasta el último partido e impedirle centrarse en la Champions. Eso ya es suficiente viendo la situación después del partido de Pamplona. Sin necesidad de entrar en cuentas de la lechera, a nadie se le escapa que el Barcelona llega al final de temporada con posibilidades de ganar el título por una simple cuestión de supervivencia. Que el Madrid se esté manejando tan mal en esas situaciones, con tal nivel de crispación como en Villarreal, puede invitar al optimismo culé. Lo cierto, sin embargo, es que de 29 partidos, el Madrid ha perdido 2... los mismos que tendría que perder en los últimos nueve para que el Barcelona tuviera opciones de revalidar título.
El reto es inmenso porque no solo depende del fallo ajeno sino que obliga al éxito constante. Son cuatro años bajo esa presión y tanto cabeza como piernas necesitan oxigenarse de vez en cuando. Me sigue sorprendiendo ver a Messi o a Pedro o a Alexis, incluso el propio Busquets, omnipresente en Mallorca, persiguiendo el balón como posesos hasta recuperarlo, multiplicarse en el campo para que la expulsión de Thiago no se notara. Cuando a uno le expulsan a un jugador, incluso cuando queda más de media hora de partido e incluso cuando la segunda tarjeta ha sido injusta, tienes dos opciones: llamar "hijo de puta" y "ladrón" al árbitro y no hablar con nadie durante una semana o aceptarlo y luchar.
Afortunadamente, el Barcelona eligió la segunda: luchó y ganó.
Todo volvió a girar en torno a Messi, más aún con Xavi en el banquillo, reservado para Milán -no lo olvidemos, el gran objetivo del Barcelona ahora mismo, más allá de quimeras-. El argentino estuvo en todas, como siempre, ayudado de un Alexis que necesita leer mejor los partidos pero se acerca a su mejor momento físico. A los pocos minutos, Leo ya pudo abrir el marcador pero Aouate le leyó la vaselina y supo mantener el cuerpo erguido. Todo el acierto del portero israelí en esa jugada se vino abajo en la siguiente: una falta lateral que botó Messi y que fue botando tranquilamente por el área hasta acabar en las redes ante la pasividad absoluta de defensas y portero.
Parece que las repeticiones dejan claro que el gol fue del argentino, aunque Alexis estuvo a punto de desviar el balón en un movimiento de cabeza confuso. Es el 35º gol en liga para Leo, su record personal, y el 55º en la temporada, el record para cualquier jugador de la historia de la liga española. Su duelo con Cristiano Ronaldo por la Bota de Oro promete llevarles a cifras estratosféricas. Lástima que los demás equipos -y sus aficionados- solo puedan mirar y, como mucho, elegir bando.
El resto del partido fue un suplicio para el Barça ante el arrojo del Mallorca de Caparrós, un Mallorca crecido, lejos del descenso, y que se podía permitir dar una alegría a sus aficionados. Con muchas dificultades para mover el balón, siquiera controlarlo en condiciones, el Barcelona se abonó curiosamente al contraataque, más aún tras la expulsión de Thiago y la consiguiente entrada de Montoya por Cesc, algo desaparecido de nuevo, poco acostumbrado, quizás, a la exigencia de una temporada tan larga como la del Barcelona.
La expulsión, como dije más atrás, fue injusta: el jugador se lleva el balón entre el pecho y el hombro, pero esas cosas pueden pasar: el árbitro puede ver mal la jugada, puede interpretar que acompaña con el antebrazo... eso es el fútbol. Una sucesión de aciertos y errores. De cómo reaccionas ante los errores propios y ajenos depende tu destino en una competición y el Barcelona lo hizo reforzando su traje de obrero, un traje al que se ha visto acostumbrado muchas veces este año y le vendrá muy bien guardar para el futuro. Desbordado frecuentemente por las bandas, los azulgrana fiaron el balón a Busquets e Iniesta y su habilidad para encontrar a Messi, mientras Pedro y Alexis corrían de un lado a otro. Si en vez de correr tanto hubieran jugado con más cabeza se habrían encontrado con algún mano a mano de más y algún fuera de juego de menos.
Aun con el 0-1 y la clara mentalidad de aguante, el segundo gol del Barcelona resulta sorprendente: tras un corner, el balón le llega a Puyol en la posición de extremo. Su pase a Messi acaba en tiro del argentino al poste, casi sin ángulo. El rechace podría ir dentro, pero sale despedido hacia fuera... donde espera Piqué para remachar a la red. Un gol de ventaja, un jugador menos... y Puyol y Piqué metidos en el área contraria. Eso es el Barcelona. Quizá no sea lo más inteligente del mundo, pero hace que los jugadores crean en un proyecto. Un proyecto que ahora mismo pasa por Milán más que por Madrid, pero que se consolida en el sufrimiento más que en la exhibición.