viernes, marzo 16, 2012

¿Para qué juzgamos a la gente?



Entre tanto recorte, yo propondría uno multimillonario: eliminemos a jueces y abogados. En realidad, leyendo los periódicos y visitando los bares, uno se da cuenta de que no sirven para nada. Es más, son obstáculos corruptos de la voluntad del pueblo. No hay un solo español que no sepa, mucho antes de una sentencia, si el acusado es culpable o inocente. La cosa no queda ahí, hay quien lo sabe antes incluso de que pise el juzgado. ¿Para qué perder el dinero y el tiempo tan lastimosamente? Bastaría con preguntarles y ya está. De la “acción directa” a la “justicia directa”.

Ironía aparte, los medios de comunicación tienen una enorme responsabilidad en este continuo linchamiento social. Primero, porque se siguen moviendo en compartimentos estancos que ni siquiera tienen un matiz ideológico sino puramente clientelista. Ni quito ni pongo reo pero ayudo a mi señor. Segundo, porque la manera de manipular los procesos judiciales consiste, de manera casi unánime, en relatar la verdad del fiscal o del juez instructor como la única posible, deslegitimando así lo que es en esencia el objetivo de un juicio: contrastar versiones para acercarse a la verdad de los hechos, buscar un relato probable y articulado que se adecúe más a la realidad.

Por supuesto, el juez que instruye un caso y más aún el fiscal que presenta las acusaciones, creen que el imputado ha podido cometer un delito. Por eso investigan, faltaría más. Que lo crean, no basta, tienen que probarlo. En un sumario hay mucha información, pero no toda ella tiene por qué ser verdadera. Cuando un periódico titula que Urdangarín o Camps o Garzón “hicieron tal o cual cosa” solo porque lo han leído en un sumario, se lo han oído al fiscal o les ha llegado la filtración fuera de contexto, sin pararse a pensar si esa suposición es verdadera o es simplemente el resultado de una línea de investigación que habrá que enfrentar con la realidad legal en un juicio, está cometiendo un error gravísimo. Y no me cabe duda de que lo hace a sabiendas.

Dejémoslo claro: los inocentes no le interesan a nadie. Lo que la cultura del odio necesita son culpables. Y cuanto más culpables, mejor. Por supuesto eso no quiere decir que no haya aciertos, es una cuestión de estadística. Muchos de los “pre-juzgados” acaban recibiendo una condena porque así se lo merecen, pero antes han tenido su derecho a la defensa, su explicación de los hechos y han contado con la consideración del juez o el tribunal popular correspondiente, cosa que en la calle y los quioscos nunca pasa.

¿Qué es más fácil: lanzarse al linchamiento o esperar una resolución de la justicia? Desde luego lo primero es mucho más rápido y la rapidez en la opinión es uno de los mayores vicios de los españoles. Si luego el juez o el tribunal me quita la razón, ya sabemos: son corruptos, están vendidos, politizados, son unos fachas o unos rojos, se creen intocables… “Mantenella y no enmendalla”, el lema del español de barra de bar y Marca en la mano.

Hace poco, el magistrado Grande-Marlaska acudió a Los Desayunos de TVE a ser entrevistado por Ana Pastor. Como siempre, la incisiva periodista quiso sacarle un titular sobre la declaración que el juez Castro había tomado a Iñaki Urdangarín: que si había sido demasiado larga, que si el tono había sido el equivocado, que qué opinaba de tal o cuál pregunta y respuesta… todo cuando, oficialmente, no hay ni un solo papel que explique qué pasó dentro. Lo más, filtraciones interesadas, como el propio Marlaska adujo para no opinar, en definitiva, sobre lo que no tenía ni puñetera idea.

No opinar sobre lo que no tenemos ni idea. Menuda faena hacernos eso a los españoles, a mí el primero. Hasta aquí podíamos llegar. No, ya basta. Dejemos que los periódicos instruyan los casos y que los lectores emitan el veredicto. Hagamos recortes que, de una vez, dejen a la gente satisfecha. ¡Y empecemos cuánto antes!

Artículo publicado originalmente en el periódico El Imparcial dentro de la sección "La zona sucia"