Entre tanto recorte, yo propondría uno multimillonario:
eliminemos a jueces y abogados. En realidad, leyendo los periódicos y visitando
los bares, uno se da cuenta de que no sirven para nada. Es más, son obstáculos
corruptos de la voluntad del pueblo. No hay un solo español que no sepa, mucho
antes de una sentencia, si el acusado es culpable o inocente. La cosa no queda
ahí, hay quien lo sabe antes incluso de que pise el juzgado. ¿Para qué perder
el dinero y el tiempo tan lastimosamente? Bastaría con preguntarles y ya está.
De la “acción directa” a la “justicia directa”.
Ironía aparte, los medios de comunicación tienen una enorme
responsabilidad en este continuo linchamiento social. Primero, porque se siguen
moviendo en compartimentos estancos que ni siquiera tienen un matiz ideológico
sino puramente clientelista. Ni quito ni pongo reo pero ayudo a mi señor.
Segundo, porque la manera de manipular los procesos judiciales consiste, de
manera casi unánime, en relatar la verdad del fiscal o del juez instructor como
la única posible, deslegitimando así lo que es en esencia el objetivo de un
juicio: contrastar versiones para acercarse a la verdad de los hechos, buscar
un relato probable y articulado que se adecúe más a la realidad.
Por supuesto, el juez que instruye un caso y más aún el
fiscal que presenta las acusaciones, creen que el imputado ha podido cometer un
delito. Por eso investigan, faltaría más. Que lo crean, no basta, tienen que
probarlo. En un sumario hay mucha información, pero no toda ella tiene por qué
ser verdadera. Cuando un periódico titula que Urdangarín o Camps o Garzón “hicieron
tal o cual cosa” solo porque lo han leído en un sumario, se lo han oído al
fiscal o les ha llegado la filtración fuera de contexto, sin pararse a pensar
si esa suposición es verdadera o es simplemente el resultado de una línea de
investigación que habrá que enfrentar con la realidad legal en un juicio, está
cometiendo un error gravísimo. Y no me cabe duda de que lo hace a sabiendas.
Dejémoslo claro: los inocentes no le interesan a nadie. Lo
que la cultura del odio necesita son culpables. Y cuanto más culpables, mejor.
Por supuesto eso no quiere decir que no haya aciertos, es una cuestión de
estadística. Muchos de los “pre-juzgados” acaban recibiendo una condena porque
así se lo merecen, pero antes han tenido su derecho a la defensa, su
explicación de los hechos y han contado con la consideración del juez o el tribunal
popular correspondiente, cosa que en la calle y los quioscos nunca pasa.
¿Qué es más fácil: lanzarse al linchamiento o esperar una
resolución de la justicia? Desde luego lo primero es mucho más rápido y la
rapidez en la opinión es uno de los mayores vicios de los españoles. Si luego
el juez o el tribunal me quita la razón, ya sabemos: son corruptos, están
vendidos, politizados, son unos fachas o unos rojos, se creen intocables… “Mantenella
y no enmendalla”, el lema del español de barra de bar y Marca en la mano.
Hace poco, el magistrado Grande-Marlaska acudió a Los
Desayunos de TVE a ser entrevistado por Ana Pastor. Como siempre, la incisiva
periodista quiso sacarle un titular sobre la declaración que el juez Castro
había tomado a Iñaki Urdangarín: que si había sido demasiado larga, que si el
tono había sido el equivocado, que qué opinaba de tal o cuál pregunta y
respuesta… todo cuando, oficialmente, no hay ni un solo papel que explique qué
pasó dentro. Lo más, filtraciones interesadas, como el propio Marlaska adujo
para no opinar, en definitiva, sobre lo que no tenía ni puñetera idea.
No opinar sobre lo que no tenemos ni idea. Menuda faena
hacernos eso a los españoles, a mí el primero. Hasta aquí podíamos llegar. No,
ya basta. Dejemos que los periódicos instruyan los casos y que los lectores
emitan el veredicto. Hagamos recortes que, de una vez, dejen a la gente
satisfecha. ¡Y empecemos cuánto antes!
Artículo publicado originalmente en el periódico El Imparcial dentro de la sección "La zona sucia"