Con la mente puesta por completo en Europa y en concreto, el Milan, probablemente el equipo más fuerte que quedaba en competición después de los dos españoles, campeón de Italia en plena racha de victorias, el Barça no tuvo que hacer demasiado esfuerzo en la primera parte para imponerse a un Sevilla que lleva pintando mal desde principio de temporada y que tampoco con Míchel parece encauzar el rumbo, no por cuestión de actitud, que la puso toda, sino más bien por acierto.
Al Barcelona le bastaron veinte minutos de gran juego: una jugada de Adriano que acabó en falta dio origen al 0-1 de Xavi en lanzamiento directo. El de Terrasa jugó un partido excelso en la primera parte y desapareció en la segunda, siguiendo la tónica del resto del equipo. Minutos después, en una nueva jugada descomunal, Messi tiró un caño dentro del área y superó con una vaselina perfecta la salida de Palop. En un visto y no visto, el Barcelona estaba 0-2 por delante en el marcador y el argentino celebraba su 31º gol en liga, 51 en todas las competiciones cuando aún tenemos dos meses por delante.
Pudo Cesc marcar el 0-3 antes del descanso, pero falló en mano a mano con el portero sevillista, a quien los años parecen no haber dañado los reflejos. También es cierto que la mala predisposición de Piqué, su tendencia a evadirse de los partidos esta temporada estuvo a punto de costarle un gol cómico a su equipo cuando, después de mirar cómo el balón botaba delante de él en lugar de despejarlo, dejó que Manu del Moral disparara al travesaño ante la salida desesperada de Valdés. La bronca de Busquets al central fue de órdago y nadie puede decir que no se la mereciera.
Estos despistes se multiplicaron en la segunda parte. Pese al marcador y las oportunidades, el Barcelona no estaba jugando cómodo: alguna cosita de Cesc, la jerarquia de Xavi y las internadas de Alves. Poco más. Pedro siguió muy activo pero también muy desacertado e Iniesta, pegado a la banda, pierde muchísimo contacto con el balón y su juego lo resiente. Se aprecia últimamente un cierto empeño en hacer la jugada imposible, la del resumen del telediario en cada pelota que toca y eso no es bueno. Falló un gol imperdonable y varios pases de peligro solo por querer rizar el rizo.
El Sevilla se desmelenó buscando al menos un empate que le acerque a Europa, cada día más lejana. El conjunto de Míchel, que ya había arrebatado el balón al Barcelona durante varias fases de la primera parte, dio un paso adelante y embotelló literalmente al conjunto de Guardiola, condenándolo a tirar balonazos continuamente. Los primeros diez minutos de la segunda parte recordaron al desastre de Pamplona: falta de intensidad en el pase y en la recuperación, bandas vacías, poca coordinación entre los defensas... Piqué y Mascherano hicieron lo que pudieron y el resto quedó en manos de Kanouté y Del Moral, que fallaron clarísimas oportunidades. En plena avalancha sevillista, Pedro pareció cometer un penalti sobre Reyes que el árbitro no pitó. Yo diría que fue penalti, pero viendo que a partir de ese momento, el colegiado se negó a pitar cualquier contacto, pues se entiende que no lo pitara.
Tras los diez minutos de zozobra, el Barcelona se recompuso, pero con cierta pereza. Una recomposición de tiqui-taca banal, en zonas cómodas. Keita sustituyó a un desaparecido Cesc y al menos el equipo dejó de partirse por la mitad, como venía sucediendo. Eso sí, el nivel de Xavi bajó tanto que Messi se vio desasistido y sin demasiadas ganas de bajar a recibir, algo inusual en él. Las mejores oportunidades llegaron justamente al final, cuando Iniesta y Alexis tuvieron sendos mano a mano contra Palop y los fallaron. Es curioso, porque el partido podría haber acabado con cinco o seis goles azulgrana tranquilamente y, con todo, su juego dejó mucho que desear.
Simplemente, es complicado mantener la concentración, supongo. Una semana complicada con la noticia de Abidal, un sorteo desafortunado, diez puntos de desventaja y 0-2 en el marcador. ¿Qué más se les puede pedir? La perfección, eso es lo que pedimos porque durante determinados destellos eso es lo que el equipo nos ofrece. Obviamente, es una petición frustrante. La perfección constante no existe. Menos en los partidos intrascendentes.