Me chocaron los halagos que recibió el Barcelona tras su partido en Sevilla. No porque jugara mal, que no lo hizo en líneas generales o porque no mereciera ganar -su número de oportunidades fue clamoroso- sino precisamente porque esas oportunidades no venían refrendadas por la asociación y el control del partido, algo que solo consiguió durante veinte minutos de la primera parte. Ya al final de ese período y desde luego en la segunda parte, el Barcelona se rompió en dos y convirtió el partido en un toma y daca. Cualquiera que siga al equipo sabe que no es la primera vez este año y que uno de los rasgos de estos cuatro años con Guardiola ha sido precisamente el controlar y cerrar los partidos sin convertirlos en una ruleta, cosa más propia de Cruyff.
Con esas impresiones en mente, el partido ante el Granada se explica mejor, siendo, con todo, un partido de difícil explicación y en el que se juntaron muchas cosas: un principio arrollador que invitó al conformismo, un arbitraje demencial propio del nivel de esta liga y las consecuencias de una plantilla que una vez más muestra sus costuras: Keita no es un organizador, Puyol no es un lateral izquierdo y Thiago y Alexis están en un estado de forma muy preocupante a estas alturas de la temporada. La posible lesión de Adriano, sustituido al descanso, dejaría al Barcelona con solo cuatro defensas para cuatro puestos en el peor momento del año. Uno de ellos, Mascherano, ni siquiera es defensa, ya es de por sí un parche y provoca que Keita tenga que mover su posición y así sucesivamente, pero eso a estas alturas mejor ya ni comentarlo.
Sumen la expulsión de Alves, que será baja en Mallorca y el Barcelona, que vendió a Maxwell a mitad de temporada aun sabiendo de los problemas hepáticos de Abidal y la facilidad de Adriano para las lesiones musculares, se va a ver en un problema que no es nuevo: el año pasado sucedió lo mismo y el éxito camufló las carencias. Esperemos que este año no suceda lo mismo.
Volviendo al partido: mucho se había hablado desde el gol de Cazorla de la posibilidad de remontada. Obviamente, está ahí. Lo que no se menciona es el hecho de que el Barcelona no tiene pinta de ir a ganar los once partidos que le quedan -haría un total de dieciséis victorias consecutivas en liga, en ese caso- y que, lo que se vende como un gran momento del club blaugrana es en buena parte un gran momento de sus dos estrellas: Xavi, imperial en la distribución y sobre todo Messi, cuyo último mes y pico es sencillamente sobrenatural. Los tres goles de hoy le colocan como máximo goleador de la historia del club con solo 24 años y le aúpan al Pichichi provisional con 34 goles en 27 partidos, 54 si sumamos todas las competiciones.
Añadan 22 asistencias, una de las cuales sirvió para que Xavi marcara el 1-0 de volea.
Como hemos dicho, los primeros minutos presagiaban la goleada: Xavi y Messi encontraron en Cuenca un aliado sensacional. El canterano dio los dos pases clave en los dos primeros goles y luego se vio algo desasistido dentro de la desidia general del equipo. En cualquier caso, el Barça respondía a sus constantes de los últimos años: presión asfixiante y recuperación inmediata. El ataque podía ser más o menos espeso o dependiente de Messi, pero la defensa funcionaba y eso era lo importante. Cuando la presión está bien hecha, el Barcelona es imbatible; cuando no lo está, queda demasiado expuesto.
Un solo cambio, el de Mascherano por Adriano, descompuso al equipo en la segunda mitad y sorprendentemente lo descompuso por la banda contraria: la de Alves. El brasileño se olvidó de cualquier responsabilidad defensiva y por ahí llegaron la falta que supuso el 2-1, un nuevo error de Piqué en el juego aéreo, y el penalti que Siqueira convirtió en el 2-2, un penalti muy claro y muy tonto, completamente innecesario. Los jugadores y el entrenador del Barça prefirieron tomarla con el árbitro en vez de con su propia indolencia. A mí me parece un error: el árbitro se comió varias tarjetas, unos cuantos fueras de juego y un penalti clamoroso a Alexis en los morros del asistente, pero ya sabemos lo malos que son. Un día se comen un barrido a Marcelo y el martes siguiente se lo comen a Alexis. Punto.
A partir de ahí, el Barcelona despertó, es decir, Messi despertó. El argentino no entiende de ataques de ansiedad. Al borde del fuera de juego, aunque en línea según las repeticiones, marcó el 3-2 con una preciosa vaselina. Minutos después entró por la izquierda y su disparo fue rechazado por el portero solo para que Tello recogiera el balón y lo cruzara al palo contrario. Un auténtico hallazgo este Tello. El 5-2 cayó por su propio peso: de nuevo en profundidad a Messi, que sortea al portero y a un defensa y marca casi a puerta vacía. Visto y no visto: en quince minutos, el Barcelona golpeaba tres veces con su estrella como protagonista.
El epílogo no fue precisamente feliz para los locales. Un nuevo error de Alves al medir mal su entrada a un balón acabó con una mano involuntaria -pero que interrumpe la jugada y el centro- que el árbitro sancionó con penalti y segunda amarilla. Acertó, por mucho que Alves se enfadara. La jugada fue una muestra más del descontrol defensivo en el que se convirtió un Barça completamente partido en dos, descolocado y sin anticipación, la base de su presión. De nuevo Siqueira anotó el gol, un 5-3 propio de otros tiempos, aquellos en los que cualquier rival se plantaba en el Camp Nou y daba sensación de peligro. Unos tiempos que no pueden repetirse en Champions, porque ni el Milan ni el Chelsea son el Granada, ojo.