miércoles, junio 29, 2011

Mis momentos de felicidad


Entonces, el "maestro de maestros" pidió a la sala que recordáramos nuestro momento de felicidad. No éramos muchos, solo nueve o diez, así que no era de esas situaciones en las que uno se puede escabullir esquivando la mirada. Mejor meterse hasta el fondo, como una flecha, que diría Jan Cornet. Tampoco es que me fuera difícil, en seguida se dibujó en mi mente Fuerteventura y una sonrisa. La sonrisa de los pies descalzos sobre aquella playa de Corralejo, a la salida de nuestro hotel de lujo mientras íbamos a comer a un chiringuito de pescado desde el que se veía, entre penumbras, Lanzarote.

Creo que nunca he tenido una sensación tan intensa de olvido de uno mismo. La maravillosa sensación que te aleja de los problemas y de los ansiolíticos.

Puede que toda la felicidad de Fuerteventura tuviera que ver con el hecho de que no tenía ningún motivo para ser feliz. Mayo de 2008: sin trabajo, sin novia, sin casa, sin abuela y perdidamente enamorado de una chica que se paseaba por esa misma isla de la mano de su chico. Puede que, en efecto, la felicidad no sea sino lo que queda después de la catarsis: surfistas y cortometrajistas en bañador deslizándose por una enorme duna blanca. No pertenecer en ningún lado. Que nadie espere nada de ti. La misma sensación que uno parece tener cuando el protagonista de "Los que hemos amado", la sensacional novela de Willy Uribe, llega a Arrecife.

Si tuviera que huir, si de verdad tuviera que huir sin dejar rastro, consciente de que nadie me va a hacer ninguna pregunta, lo haría a las Canarias. Pero huir requiere de dinero y valor, dos cosas que ahora mismo no tengo.

En fin, la playa de Corralejo apareció sin más y como era previsible el maestro me preguntó, con su acento brasileño: "¿Tienes tu momento?" y después "¿Cómo sabes que eras feliz?" y yo contesté "No lo sé, lo siento, no es lo mismo" pero él ya había dejado de escucharme y había vuelto a escucharse a sí mismo, algo que es muy propio de alguien que se considera "maestro de maestros", no nos engañemos, y ahí me quedé yo con mi sonrisa estúpida al borde de las lágrimas en una sala turbia dentro de un conglomerado naturista igual de turbio en pleno Ríos Rosas... y a esa imagen le siguieron muchas otras: "Faust Arp" y "Jigsaw falling into place" los jueves por la mañana, camino de unos cursos para unas oposiciones que me empeñé tanto en suspender que acabé aprobando con una de las mejores notas de Madrid.

O la que utilizo con mi terapeuta: la imagen quizá no de la alegría sino de la rabia o algo parecido. Esa convicción de que algo se ha roto y ya es inútil intentar arreglarlo, solo queda mirar hacia adelante: la tarde que después de recoger una resonancia magnética -otra resonancia magnética- llegué a casa y olvidando mi pose intelectual, cínica, chico Factual, escribí en Facebook aquello de "puede que sus ideas sean pueriles, puede que no lleguen a ningún lado, puede que sus soluciones no sean las mías pero #nonosvamos" y cogí el pasaporte, sin más, y me planté en la Puerta del Sol a esperar una carga policial que no llegó nunca.

Espero que sepan de lo que les hablo.

Luego el maestro se metió en caminos oscuros. La Programación Neuro-Lingüística como algo mágico, algo que no se explicara en primero de psicología bajo el nombre de "transferencia". Ya daba igual, supongo. ¿Qué podía aportar yo en ese momento? ¿A quién le importaba ya Corralejo, Faust Arp, el 15-M o la chica valenciana de la que una vez estuve tan enamorado? A uno le piden que recuerde una sensación y van los diques y se desbordan. Hay gente muy peligrosa en este mundo.

Pensé, por un momento, que sería difícil volver a enamorarse si todos mis recuerdos de felicidad los asocio al placer de la incertidumbre, al momento en el que ya no tienes nada que perder y ganar es casi imposible y te sacas de la manga un viaje a Fuerteventura. Esa especie de rollo heroico-romántico que te impide disfrutar nunca del presente y te obliga a sentir con dos-tres años de retraso. Lo más parecido a un cataclismo andante.