Si uno piensa en la mayoría de las grandes obras literarias, las mejores películas o manifestaciones artísticas similares, se encuentra casi siempre con la fórmula: "Y al final descubrimos...", es decir, el famoso giro final inesperado, que tan importante resulta en los textos o filmes cortos.
Sin embargo, mis relatos no tienen giro final. Al final, no descubrimos nada. Para el lector avezado, hay un trabajo de excavación en cada página, en cada personaje, pero no hay sorpresa. Lo siento. Eso me hace muy poco interesante, supongo, y quizás fue el error de B. después de todo: adaptar uno de mis relatos.
Pensando en el autobús -el mejor escenario posible- dos de mis novelas favoritas tienen un aire de familia al respecto: "Opiniones de un payaso", de Heinrich Böll y "El guardián entre el centeno", de J.D. Salinger. Al final, tampoco descubrimos nada. Desde el principio, la tristeza y el estupor están ahí. Tristeza y estupor, fórmulas poco comerciales, pero contundentes.
Cuando se hace bien, claro, que no digo que sea mi caso.
De hecho, este post no es autocomplaciente, al contrario, es apologético: me encantaría poder contar historias con unos finales geniales y maravillosos. De momento, no soy capaz. Lo siento.
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