Para obviar lo inobviable decidimos organizar las I Jornadas Cinéfilas Antimadridistas. El plan salió mal desde el principio: el autobús que me llevaba a Sol paró en Puerta de Alcalá porque la Castellana estaba cortada. Sólo eran las 8 de la tarde, quedaba más de una hora para que empezara el partido. Hice el camino andando, y corriendo a ratos. Los chicos -casi todo eran chavales- paseaban orgullosos con sus bufandas y sus banderas.
- Son muchos -pensé, y me estremecí por lo pronto de la hora.
Llegué tarde. No tan tarde como para no comprar entradas, pero sí lo suficiente como para no poder pillar palomitas. Eso, para mí, es una desgracia. Nos metimos, Inés y yo, a ver "Ocean´s Thirteen". La película estaba bien, mucho mejor que la segunda, algo por debajo que la primera, aunque sólo fuera porque las repeticiones cansan. Aún así, tenía un pase y conseguía que te metieras por completo en la historia aunque tu mente estuviera en otro lado.
El Bernabéu, por ejemplo.
A la hora de película, B. envió un mensaje: el Mallorca y el Barcelona habían marcado. Sudor frío. Taquicardia. Inés me reprendió y seguimos viendo la película como si nada, entre trucos, tuneladoras, dados mágicos, ruletas amañadas, helicópteros oportunos... todo un despliegue de ingenio al servicio de más bien poco. Mucha estética Soderbergh.
Salimos con el tiempo justo para ver la siguiente peli, "Zodiac". Mi primo nos esperaba con el resultado de los partidos, palomitas y Fanta. Entramos con la sala ya a oscuras y ciertos murmullos de impaciencia. Yo también odio a la gente que llega tarde a las películas.
No me enteré de la primera media hora. Estaba más pendiente de los ruidos de fuera: bocinas, cánticos, golpes... cualquier cosa que indicara la derrota o la victoria del antimadridismo. A las 22,55 confirmé: nuestra noble causa, cautiva y desarmada, había sido vencida in extremis. No importó: una causa así merece seguir siendo enarbolada durante años venideros.
Ya pude ver la película más tranquilo, aunque se me hizo eterna. No es que sea mala, pero en realidad es poco más que un reportaje que ya había visto en Canal Historia. El reportaje era mejor porque era más breve. Se distraía menos y distraía menos al espectador. Ahora bien, ambos partían de un prejuicio: en todas las historias de criminales tiene que haber un culpable.
El problema con el verdadero Asesino del Zodiaco es que no lo hay. En la realidad no hay tal asesino. Hay un sospechoso exculpado varias veces. La televisión y el cine no pueden permitir algo así. Tanto el reportaje como la película se empeñan en inculpar a un hombre con nombres y apellidos. No se esperan demandas: el hombre murió hace 20 años.
Salimos a la calle Carretas con fuegos artificiales de fondo. No había demasiado follón hasta que llegamos a la Gran Vía. Pensábamos modos de atravesar la Castellana y acabamos decidiéndonos por el puente de Cuatro Caminos. No teníamos nada mejor que hacer que andar, melancólicos los tres, por callejuelas vacías, con más miedo a los fanáticos que a los ladrones -esas tonterías que sólo hacemos los fanáticos.
Una de las cosas que te dicen los madridistas es que no hay que ser "anti-nada". A veces, uno se pregunta si muchos de los que dicen eso no son "anti-anti". Se alegran más de poder pasarte la victoria por las narices que de la victoria en sí misma. Resulta desagradable pero forma parte del juego. Un par de chicos nos seguían por Malasaña escupiendo hip hop por un CD portátil. Nadie protestó. Al fin y al cabo, Inés vive en Brooklyn...
Llegamos al Colonial. Saludé a los madridistas reconocidos y les felicité, porque felicitar es algo muy sano y muy deportivo. Estaban viendo las cargas por televisión. "Ten cuidado", me dijo un seguidor del Betis, "ya se está montando". Y se estaba montando tanto que los chicos ya volvían con sus bocinas y sus coches, subidos en descapotables, aireando banderas al viento. Felices. "Es nuestra ciudad", les dije, cómplice, a Inés y Guille. No coló.
Con todo, era nuestra ciudad y su alegría debería de ser en parte la nuestra. El taxista se equivocó e intentó bajar por Martínez Campos. Obviamente, la Castellana -a las dos- seguía cortada. Hubo que dar la vuelta y probar con el Puente de Juan Bravo. No es más que un juego eso es todo. Un juego de espejos: ellos eran tan felices ayer como yo lo había sido durante cuatro años.
Así que se lo merecen, porque la felicidad es algo que hay que compartir.
El Estado es un sensor
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*por Yaiza Santos*
Enumeró, en contra de su costumbre, lo que hasta ese momento había
declarado el señor Víctor de Aldama ante el juez. Por ejemplo los p...
Hace 11 horas