Exposición de Rebeca en el Café Manuela. Una exposición de pintura vanguardista que gira, según su presentador, en torno a tres conceptos: reciclaje, reutilización y re... ahora mismo no me acuerdo. La verdad es que los cuadros tenían buena pinta, pero el bar estaba lleno y apenas pude echarles un vistazo desde cerca.
En mi contra jugó, una vez más, que se me han roto las gafas.
De todos modos, no voy a ocultar que fui a la inauguración para ver a Lara y en ese sentido el viaje fue un éxito, porque Lara fue lo primero que vi nada más llegar al bar -sin contar a Dani, claro, que me acompañaba-. Lara, vuelta de Marruecos y sin Internet por una nueva tormenta en Zarzalejos. Yo, sin mi libro, para variar. Un regalo tantas veces prometido que ha perdido su encanto por completo, supongo.
Hablamos de antologías y de trabajos, nos despedimos brevemente y Dani y yo nos colocamos en un lugar más cómodo. El "Manuela" es pequeño, o, más bien, se queda pequeño en ocasiones. Los presentadores presentan, los recitantes recitan, Recaredo Veredas pasa por delante de mí y hacemos como que no nos reconocemos. Es una pena, a mí me caía realmente bien Reca, cuando iba a la Escuela de Letras. De acuerdo que he hablado pestes de esa institución como tal, pero él era un buen profesor. Le importaba que aprendieras, o eso parecía. Si algo le parecía mal, te explicaba por qué, no se limitaba a humillarte.
La humillación me pareció el método didáctico clave en ese centro.
En cualquier caso, el gran encuentro inesperado de la noche fue sin duda Rosa López, una compañera de mis tiempos de Solmeliá que ha inspirado alguno de mis relatos. Cuatro años casi sin vernos y las mismas sonrisas, ya treintañeros, con amigos y amores detrás, en el camino, y un presente que se desvela poco a poco.
Una chica adorable, Rosa López. Tanto como la tortilla que Dani y yo acabamos comiéndonos en la Plaza de Olavide, con sus pimientitos y todo.