Ocho y media pasadas en la Feria del Libro. B. y yo venimos de hacer una cola de quince minutos delante de Lucía Etxebarría y de comprar un libro de Almudena Grandes. Cosas de chicas. Al pasar por la caseta de la editorial Visor vemos una fila inmensa y un barullo de gente haciendo fotos y señalando.
Joaquín Sabina está firmando, por sorpresa.
B. compra un libro y se pone en la cola. Yo busco a Pepu Hernández pero no lo encuentro y, por si acaso, llamo a Lena. Están en la terraza de enfrente tomando algo, paso a saludarlos y vuelvo a la cola con B. El barullo crece, como si estuvieran ante un Mesías reencarnado. Joaquín sonríe y firma ordenadamente, manteniendo siempre la compostura y aceptando las fotos con los fans.
No es fácil. Cuando llegamos me pone la mano en el hombro y cruzamos cuatro palabras, entre toda esa histeria es lo más que se puede pedir. B. se lleva su dedicatoria. Sobria.
Esperamos a las nueve, a que salga de la caseta. Jimena anda por ahí y lo aparta un poco del campo de visión. Me cuesta llevar una relación normal con Joaquín y eso no tiene nada que ver con Joaquín sino con su capacidad magnética de atracción masiva. Lleva gafas de sol y sale por la puerta de atrás. No sé si acercarme o no. Pienso que si yo salgo detrás de él, alguien saldrá detrás de mí y acabará en medio de un torrente de autógrafos.
Sé que lo odia. Yo lo odiaría.
Jimena hace una señal y me acerco. Charlamos un rato.
- ¿Qué tal estás?
- Muy bien. Bueno, ahora agobiado con todo esto.
Lo entiendo perfectamente.
Es agobiante. Quedamos en vernos más adelante, en algún ensayo. No hay tiempo para más. Nos abrazamos y le da un par de besos a B. Se conocen de al menos dos conciertos, cuando ella no era mi nov... mi ex-novia. Se escapa huidizo entre casetas y setos, mientras un grupo de gente sigue señalando con el dedo y luego me miran a mí. El Sobrino del Elegido.
A veces pienso que ser Joaquín Sabina no es nada fácil. Y eso, como todo lo demás, no tiene nada que ver con Joaquín Sabina.