A veces amanece
y la ciudad se ha ido.
Las farolas con sus pasos
desgarbados,
el ruido torpe
del puente de hierro.
No quedan gaviotas en el mar.
Un milenio agotado.
Después, los gritos de los
niños escapando,
el alborozo de todas
las faldas al vuelo.
Hay un paso de cebra
dibujado en mi colchón,
la sombra de un atropello
entre mis sábanas.
Lara Moreno Martín
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