Si alguien quiere saber qué significaba Nirvana para los chavales de 16-17 años, la respuesta es la siguiente: lo significaba todo. Significaba pantalones rotos, camisas de leñador, voces rasgadas, guitarras afiladas, cheer-leaders con un círculo y una A dentro. Aquí estamos, entretenednos.
Nos sentíamos estúpidos y contagiosos y eso es difícil de explicar ahora, doce años después, con Kurt Cobain convertido en poco más que un recuerdo comercial que volverá a su esplendor conforme se vaya acercando el final de la década.
Tanto significaba que hasta uno de los tipos de La Oreja de Van Gogh sale en 40TV a explicar que hacían versiones del grupo y que "Smells like teen spirit" era su canción favorita. Los tiempos nos cambian a todos. Y el dinero, claro, aunque tiendo a pensar que el dinero generalmente sólo es un síntoma.
El suicidio tiene mil caras pero básicamente consiste en dejar de ser algo.
Cuando vi "Moulin Rouge" por primera vez me fascinó su capacidad para mezclar en pocos segundos las dos grandes canciones de los 80 -"Material Girl"- y los 90 -"Smells like teen spirit"- y colocar a Nirvana en el punto decadente que ellos mismos tenían en la cabeza al componer, con un montón de ricachones agitando sus chequeras.
Brillante.
Porque si Nirvana era algo era decadencia, y puede que esto no les guste a muchos, pero era así. Lo único que resultaba realmente insoportable era pasar de observador a personaje, de denunciar la decadencia a protagonizarla. Una cara en un poster, para el resto de la eternidad. Un mal cálculo lo tiene cualquiera.