domingo, noviembre 16, 2014
The Newsroom S03 E01
En medio del concierto de Zahara, Burque se fija en que estoy mirando demasiado el móvil y empieza a mirarlo él también. No el suyo, el mío. "¿Estás trabajando?", me pregunta, sin parecer molesto aunque probablemente lo esté y con razón, un concierto no es lugar para andar incordiando con la lucecita de las narices. No le confieso que soy un adicto a Internet, un adicto en estado muy avanzado, sino que voy a lo específico, que también es verdad: "Estoy viendo como va Federer". A Burque la explicación le vale porque no sabe que en realidad Federer va ganando 6-0 y 5-0 así que lo mismo podía dejar de actualizar la página y disfrutar tranquilo. Me pregunta: "¿Te gusta mucho Federer, no?" y yo le digo que sí, que me gusta todo, que es el único deportista al que realmente admiro.
Ayer, por ejemplo, en las semifinales de las World Tour Finals, el Masters de toda la vida, cuando vi acechar la derrota hice acopio de tranquilidad, apagué la televisión, me puse a leer mi libro de Corbalán y cada minuto actualizaba LiveScore en busca de un milagro que no esperaba que llegara. Mi esposa no entendía nada. "Puedes ver el partido si quieres", decía, cuando lo que estaba claro es que ver el partido era lo último que quería hacer. El caso es que al final el milagro llegó tras cuatro match points en contra y Federer se clasificó para su undécima final del año, duodécima si contamos la Copa Davis. No la jugó, pero esa es otra historia. Cualquiera que haya leído las primeras páginas de la autobiografía de Agassi conocerá los riesgos de jugar una final con 33 años y la espalda destrozada.
Es una lástima. Los fans de Federer llevamos un par de años buscando un imposible: que Roger vuelva a ganar un torneo del Grand Slam o que vuelva a ser número uno del mundo. Estando Djokovic de por medio, doce finales te dan como mucho para ser número dos. Y está por ver que en 2015 se repitan. Otra cosa es que vayamos a dejar de soñar a estas alturas.
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Comentario de la Chica Diploma sobre el dolor de espalda de Federer, hace diez minutos: "Con cuatro hijos, no me extraña".
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Visto el primer capítulo de la tercera temporada de "The Newsroom". Como siempre, cuesta adaptarse al ritmo. Vengo de ver "El fin de la comedia", con su ritmo pausado, de humor que se toma su tiempo, y de repente quince pantallas encendidas en la redacción y diez personas hablando a la vez sobre cosas que no sabes si son verdad o ficción. Y encima tener que ubicarte y recordar toda la historia de Boston de hace año y pico...
Con todo, una idea brillante: las redes sociales están bien pero hasta cierto punto. Una idea muy Arcadi Espada, si se piensa: odio eterno al ciudadano-periodista, al linchamiento de toda la vida. Ellos lo cuentan dos veces, por si te lo pierdes: una muy clara, usando más o menos estas palabras, y otra recurriendo a Eurípides.
Que los personajes sepan que son unos pedantes y lo asuman no quiere decir que dejen de serlo. Yo eso también lo hago en mis novelas, por ejemplo: cuando un personaje se pone estupendo o dramático o cuenta un chiste sin ninguna gracia, alguien se lo recrimina desde dentro del libro, pero, amigo, el chiste o el drama ahí quedan.
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En La Otra Crónica de El Mundo, hasta donde yo sé el lugar que más en serio se está tomando el asunto de Francisco Nicolás, García-Legaz desmiente haber tenido relaciones con el chico y amenaza con una querella criminal a quien diga lo contrario. Bonita manera de sacar uno mismo un tema que casi nadie había tratado. En general toda la entrevista es brillante porque el periodista, en vez de afirmar, se limita a dejar que el secretario de estado niegue incluso lo que no se le pregunta. No solo eso sino que el titular parece indicar un delito -tráfico de influencias- que luego queda muy matizado en el texto. En realidad, más que periodismo es funambulismo pero eso es algo y algo, ya saben, es mucho mejor que la tristeza.