martes, noviembre 11, 2014

Last night a DJ saved my life



Escribo en Twitter: "Si me contestarais a los emails, mi vida sería mucho más fácil". Hay algo de verdad en la frase y ya he comentado aquí varias veces que lo de no contestar está muy feo pero, pensándolo mejor, a la salida de la biblioteca, agotado bajo la lluvia de noviembre en Atocha, me doy cuenta de que el verdadero problema no es que la gente no conteste a mis emails sino que yo no deje de enviarlos compulsivamente, siempre a la búsqueda de algo, no vaya a ser que me lo pierda. ¿Se acuerdan de aquello de que hay que querer las cosas que uno hace y no hacer las cosas que uno quiere? A veces las dos cosas se mezclan. Por ejemplo, en mi vida sentimental, eso, a los 35 años acabó sucediendo. En lo profesional, ahí estamos, para qué voy a engañarles.

En cualquier caso, la prisa, la necesidad de envío y respuesta, envío y respuesta, puede tener que ver con una aceleración impensable de mi propia vida: en julio de 2012 a mi padre le diagnosticaron un cáncer, en octubre de 2012 me fui a vivir en pareja por primera vez a un barrio que no conocía de nada, en noviembre de ese año fundé una revista cultural que tuve que abandonar en abril de 2013, justo después de la muerte de mi padre. Pasé unos meses organizando una boda que se celebró en septiembre y cuando volvimos del viaje de luna de miel, en octubre, descubrimos que mi mujer se había quedado embarazada.

En los nueve meses previos a la llegada de Álvaro colaboré en tres medios distintos y publiqué tres libros que no tenían nada que ver entre sí, con promoción, Feria del Libro y unas presentaciones preciosas. Luego llegó el Niño Bonito y ahora que parece que se estabiliza, que nos hemos colocado los tres en nuestros papeles familiares y vitales, llega la necesidad de una nueva mudanza. Yo sé que a todo el mundo le pasan cosas todo el rato, pero tantas en tan poco tiempo abruman. Y, claro, el ritmo de vida, el ritmo de exigencia, se dispara.

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Publican los periódicos que han encontrado huellas de una de las niñas en el piso del pederasta de Ciudad Lineal. La noticia aclara que aún falta analizar el ADN pero que la policía está convencida de que la prueba es definitiva. En realidad lo que me llama la atención es que hace un mes que nadie habla de esto y dos meses, casi, desde la detención, con rueda de prensa del ministro, el jefe de la policía y la delegada del Gobierno incluida más el tradicional tremendismo de todos los medios de comunicación, que nos contaron hasta qué marca de tabaco fumaba el tipo.

A mí, por entonces, me repateaba mucho la desaparición del adjetivo "presunto". Sé que es un adjetivo que ayuda poco cuando de todas maneras tu cara está en todas las portadas pero lo consideraba un mínimo deontológico. De hecho, el adjetivo volvió para quedarse a las dos semanas o así de la detención, cuando de repente no había tantas pruebas que echarse a la boca.

Yo estoy convencido de que el detenido es el pederasta porque lo contrario sería dramático, para él y para las posibles futuras víctimas. Necesito estar convencido, vaya. Otra cosa es que me gusten los linchamientos, que no me gustan nada, y este caso, como el de Asunta, sin que quede claro por qué, parece que se están enquistando en los juzgados y en los titulares.

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Carlos Garrido, de Deportes Cuatro, nos dice muy seguro que el Real Madrid va a ganar el triplete, "y con la minga". Yo digo que la Champions no, que esa la gana Guardiola, pero en realidad lo digo con la boca pequeña porque Carlos acierta mucho más que yo. Le explico que estoy escribiendo un artículo sobre Mascherano criticando su sobrevaloración y me mira con cara alucinada mientras repite que eso es una barbaridad. Lo que me gusta de Carlos es precisamente eso, su facilidad para decirte que lo que haces es una barbaridad sin inmutarse lo más mínimo.

Estamos en su casa, con Álida y con Fer. Los cuatro adultos rodeando al Niño Bonito, que juguetea en una manta que hemos colocado en el suelo mientras se intenta comer una pelota hecha con calcetines. Ir de visita con un bebé es una maravilla. La sensación no solo de que todo el mundo le va a querer sino que todo el mundo te va a querer a ti porque le has traído y no necesitas hacer nada más.

Otra cosa es lo que le parezca al niño, agotado de bracitos, estímulos, caras distintas, maxicosis, bugaboos y casas ajenas. El alivio de tirarse en una manta y estirar los brazos y rodar de un lado a otro. Ponédmelo fácil. Al día siguiente, como venganza, un inicio de diarrea y un par de vómitos y la tristeza que invade una casa con bebé enfermo.