sábado, noviembre 15, 2014

Air Balloon



Buscando a Lily Allen acabo encontrando a M.I.A., una extraña versión aún más rapera e infantil del "Paper planes". Si a Lily Allen la admiro por una trayectoria, a M.I.A. la venero por una canción, que no es poco. Una canción que sonaba al final de mi estética del francotirador y que fue el timbre de mi móvil durante un par de años antes de convertirse en un zumbido insistente. La razón por la que la canción de Allen se parece tan evidentemente a la de la cantante hindú la desconozco pero me sorprende: a nadie le podía pasar desapercibido y, ocho años después, igual no hacía tanta falta.

Toda esta historia me remite al visionado de "Slumdog millionaire" en un cine que a lo mejor era el Ideal pero también podría ser el Acteón, junto a la Chica Portada. Nuestros mejores años. Cuando era muy joven no podía dejar pasar la película sin llenarla de comentarios, gestos o aprobaciones sonoras. Con el tiempo, aprendí a calmarme y así estábamos los dos, codo con codo, callados, hasta que no pude evitar decirle: "Oye, esta película es muy buena, ¿no?", a lo que ella asintió, mientras devoraba palomitas.

Quizá por respeto a esa primera impresión o por respeto a la propia Chica Portada -hay recuerdos que conviene guardar en una cajita cerrada- no he vuelto a verla en la tele.

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Pablo Segóbriga me escribe mandándome besos y abrazos para mí y la Chica Diploma. En el fondo, Pablo es otro regalo de la Chica Portada porque ella me recomendó su local de magia, por entonces en Prosperidad, y si después le he ido a ver tres o cuatro veces es sin duda culpa suya. Sinceramente, no creo que Pablo me recuerde más allá de una búsqueda rápida por Internet. La primera vez que fui a verle, con la Camarera Morena, acabamos los dos tan alucinados que decidimos darnos unos besos en el Nueva Visión. La segunda fue con mi ahora esposa, acabábamos de empezar a salir y él me repetía: "Nada de mirar atrás, nada de mirar atrás", como si yo fuera un funambulista.

La tercera fue la más impactante, quizás, ya en el Café Molière de Francisco Silvela. La Chica Diploma y yo aún no nos habíamos casado y él la felicitó por el embarazo. Al final del espectáculo hizo lo de siempre: repartir cartas a ciegas entre el público e ir adivinando una por una. Junto al naipe, una pequeña predicción del futuro. Cuando llegó a mí, falló. No le había visto fallar nunca. Mi padre se estaba muriendo por entonces y me dio la sensación de que no le apetecía contármelo, que probablemente yo ya me habría enterado a esas alturas.

Cuando me acerqué a él y le dije: "Pablo, no me puedo creer que hayas fallado solo conmigo", me dijo, sin más: "A veces, pasa", y eso terminó de convencerme.

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Por cierto, la Chica Diploma ha comprado un disco de versiones de Nirvana para bebés con su pianito y su ritmo de canción de cuna. Hay algo raro en enseñarle a un niño de cinco meses todas las canciones depresivas que iluminaron a su padre y llevaron al suicidio a su autor. Algo perverso. Post-humor. Las versiones, por otro lado, están bien. Curiosamente, la única que no reconozco es "Smells like teen spirit".

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GQ me ha encargado un artículo sobre Patrick Bateman para la revista. Algo breve, conciso, lo llaman GQPedia. Repasando el libro por encima, incluso en la versión traducida que pierde tantísimo, me acuerdo de lo maravilloso que me pareció en su momento, lo muchísimo que disfruté y cómo, durante todos esos años, deseé con todas mis fuerzas ser Bret Easton Ellis y enmascarar de esa manera la complejidad. Espejos y apariencias. Hay una frase, que he incluido entre las citas del artículo, que me parece la definición exacta no ya de Bateman sino de la literatura de Ellis: "Hay un Patrick Bateman como idea, una especie de abstracción, pero no hay un yo real, solo una entidad, algo ilusorio".

Lo que no puedo contar en el artículo porque no viene al caso es aquella hora larga de entrevista en el Villa Magna, cuando yo trabajaba para Neo2 y él promocionaba "Imperial Bedrooms", un libro francamente malo, y todo el trabajo de seducción que empleó en alguien tan prescindible como yo. La narración de la narración. Hacerte sentir especial como estrategia. Mentirte sin que sepas si te está mintiendo o resulta que le ha dado por decir la verdad. La ambigüedad, en definitiva, y junto a la ambigüedad un catarro de aúpa, contagiado, según él, de un periodista francés. "Siempre me están preguntando de política", protestaba ante su público complaciente, formado por la jefa de prensa de Mondadori, una traductora rubia que no abrió la boca porque toda la entrevista fue en inglés y un escritor de la revista Quimera.

Yo no, yo le pregunté por la belleza y por canciones de Hole  que no conocía y el mundo se le vino encima. Fingió que el mundo se le vino encima, vaya. "Me siento como un estudiante que llega al examen y no se sabe ni la primera pregunta", dijo, con toda la teatralidad del mundo, y a partir de ahí se dedicó descaradamente a coquetear, creo que para que yo tuviera algo que contar cuatro años después.