martes, noviembre 18, 2014
Peter Pan
A mí el tema Ana Pastor me interesa mucho más que el tema Pablo Iglesias. Me interesa porque Iglesias está por demostrar y Pastor tiene un aire demostrado que en ocasiones me irrita. Desmontar a Ana Pastor es un reto mucho mayor que desmontar a alguien que aún no tiene programa o no sabe explicarlo, aunque también puede tener algo de injusto: hay pocas periodistas con el potencial de Ana Pastor, en eso estamos de acuerdo, y es más, periodistas como Ana Pastor son necesarias dentro de la abulia general de la profesión. Eso no quiere decir que sea oro todo lo que reluce, como ya expliqué en su momento incluso cuando viajaba a Teherán para entrevistar a Ahmedineyad y se enredaba en su propio discurso.
Con Ana Pastor el problema es el "hype", todo ese rollo de lo minuciosa que es en la entrevista. Lo es, pero sus charlas no avanzan nunca precisamente porque esa minuciosidad de entrada no tiene continuidad: esos constantes "no me ha contestado a la pregunta", que vienen a decir "no me ha contestado lo que yo quería" o, más a menudo, "yo ya había decidido de antemano que usted no me iba a contestar esta pregunta y diga lo que diga, yo suelto que no me ha contestado y me gano el aplauso".
A Pablo Iglesias, a estas alturas, es absurdo andar preguntándole "cómo, cómo, cómo...". En serio, es absurdo. Él mismo no lo sabe y cualquiera perspicaz se ha dado cuenta de que no lo sabe. Matizo: que él no lo sepa no quiere decir que no se pueda hacer, quiere decir que hay mucho trabajo por delante. Lo que sí sería "derribar un discurso" sería preguntarle por el qué: "qué es para usted la gente", "qué es para usted el pueblo", "qué es para usted la ciudadanía" porque igual que el discurso del sistema se basa en la "legalidad" y "la constitución" como tótems, el de Iglesias se basa en abstracciones que requieren de definición. ¿Ni una pregunta por ese lado? En ese sentido, resultó decepcionante.
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¿Qué fue del peterpanismo? En serio lo digo. Todos esos chicos nacidos en los 60 y en los 70 que decidieron negarse a crecer en los 90. El peterpanismo era autocompasivo y en ocasiones aburridísimo, eso puedo concederlo, pero tenía un punto humano. Ahora todo el mundo quiere ser cínico, cada columna es un cotilleo o el elogio de una resaca. Un "qué bien la pasemos" que a veces acaba con un brindis, una canción y una llorera a lo Manquiña en "Airbag".
Por supuesto que a mí me gustaría ser un maldito y además tener la prosa de Pla o de Camba, pero que todo el mundo intente serlo me llega a resultar agotador. Y quien no quiere ser Pla quiere ser Arcadi Espada, cosa peligrosísima salvo que se sea Arcadi Espada y sigamos en 2004. Hay un exceso de seriedad y un exceso de frivolidad y muy poco término medio. Cualquier tema como excusa adornada de juegos florales. Incluso yo he cambiado el tono de este blog para darle más "entidad".
Puedo entenderlo en los que, por mucho que nos resistiéramos, hemos acabado creciendo, pero los veinteañeros... ¿por qué demonios aceptar sin más lo que ordena el Capitán Garfio?
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Unas mesas delante de mí, a la izquierda, hay un hombre que se parece a Miguel Cereceda, mi profesor de Estética en tercero y cuarto de carrera. Puede que no sea él pero hay muchas cosas que cuadran: el rostro quince años envejecido, el gesto autosuficiente y el contexto, es decir, la biblioteca del Reina Sofía, adonde él nos mandaba para documentar nuestros trabajos sobre Marcel Duchamp o John Cage. Cereceda era un buen profesor, exigente, pero algo desencantado. Una vez dijo en clase que la utopía había muerto con el fracaso del socialismo real y que el mundo ya solo iba a ir a peor.
Como opinión puede estar bien. La melancolía es gratis. Otra cosa es que la diga un profesor universitario en su clase. En ese caso, requiere al menos de fundamento, es todo lo que pido. Discutimos un rato, incluso acabamos continuando la charla en su despacho y lo más que conseguí como respuesta fue un contundente: "Yo de este burro no me bajo". Hay que tener en cuenta que yo era un impresionable e idealista estudiante de filosofía de apenas 20 años para entender que la frase se me haya quedado marcada como ejemplo de mediocridad.
Una tesis, una plaza universitaria, años de docencia para que la justificación filosófica de una opinión sea la propia de un taxista. Poco me parece.