jueves, noviembre 20, 2014

La alegría ya viene



A mitad de concierto, Lichis comienza una versión de "Lo mejor de nuestra vida" que la Joy Eslava recibe con cierto escepticismo. Muchos piensan que es una canción nueva y a otros les suena de algo sin saber muy bien de qué. Yo, que pasé media adolescencia tarareando esa canción, incluyendo aquel "superamistad" que Antonio Vega coló con todo el morro del mundo. disfruto como un enano; en parte, porque la versión es buena y me gusta; en parte, ya digo, porque siento que soy de los pocos que comparten la sensibilidad de Lichis para elegir esa canción y no cualquier otra más obvia.

En general, el concierto es bueno, correcto. Algo corto y frío, pero es algo que me pasa siempre con la Joy, así que igual es un problema de la sala o igual es un problema mío, que cuando dormía por las noches disfrutaba más de los eventos sociales. "Modo avión" va desgranándose canción a canción incluyendo las excelentes "Tinky Winky", "Tal vez, buenos aires" y, como no, "Horas de vuelo". En medio, alguna concesión a la nostalgia en forma de "Felicidad", "Antihéroe", "Carne de canción" o "Valientes". Si el público de Zahara tiene que acostumbrarse a que su ídolo vaya a más revoluciones de las que les gustaría, el de Lichis tendrá que hacerse a la idea de que se acabaron los conciertos gamberros de peroratas alcoholizadas.

Querer a la gente como es o no quererla en absoluto. El debate de siempre. Algunos lo llevamos mejor que otros.

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Hablando de "Valientes", Lichis la elige como última canción y la presenta como un alegato de resistencia a los tiempos que corren. Quizás hace falta algo así: que en vez de Lluis Llach y "l´Estaca", los revolucionarios salgan con un "volveremos a ser valientes" a todo trapo por megafonía. Menos abracitos y puños en alto y más comerse el mundo o al menos intentarlo. Ganaremos un ratito hasta que bailen los de siempre. Alegría, no melancolía. Siglo XXI, no lucha contra el franquismo.

La idea me recuerda a esa maravillosa película-documental sobre el referéndum de Pinochet llamada "No". Me cuesta creer que la gente de Podemos no tenga esa campaña en mente y sigan sintiéndose obligados a acabar sus mítines como si estuviéramos en una reunión clandestina de la facultad rodeada por los grises. Los partidarios del "no" a la reelección de Pinochet tenían un señor papelón entre manos: ilusionar a la gente para votar algo negativo. Decir "sí" siempre es más motivador que decir "no". La cosa la solucionó un publicista. Dos publicistas, en realidad, aunque el documental se salte pasos. El eslogan tenía que ser alegre, la música divertida, la imagen juvenil, y había que incluir risas, esperanzas de futuro... Los abusos y el horror aparecían, por supuesto: Allende y el estadio nacional y los desaparecidos, pero lo importante era ganar y para ganar tenías que enganchar más allá de la rabia.

No sé yo si la melancolía mueve muchos votos. Alguno moverá, no lo niego, pero Lluis Llach a mí me da la sensación de "más de lo mismo" y estas campañas de "compañeros y compañeras" me suenan a rancias. Otra cosa sería una canción con su guitarreo y su mensaje optimista de "vamos a demostrarles a esta panda que lo podemos hacer mejor". Eso, en este momento, movería masas. Lo otro se acerca una vez más a la religión. Y si Podemos no quiere hacerlo, pues que lo hagan otros.

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A mí siempre me gustó rendirme a la belleza hasta que directamente entregué las armas hace tres años. Una de las frases más contundentes que he encontrado a ese respecto es el "You´re filthy cute and baby you know it" de Prince en "Cream", su época de follarín compulsivo. "Eres asquerosamente guapa y lo sabes", traduciría, pero incluso "asquerosamente" se me queda corto. Creo que la belleza habría que tratarla con mayor naturalidad, sin que presuponga un ataque o una agresión. Lichis lo hace varias veces, por ejemplo, con esos "eres tan bonita que no te lo van a perdonar" o el "eres preciosa, ¿quién te juzgaría suya?" que yo luego repetí tantas veces entre veinteañeras que lo merecían.

En la vida real, el arrebato más sincero que he escuchado nunca fue en una fiesta allá por 2000 o 2001. Una de las chicas de comunicación audiovisual -en realidad era de periodismo, pero para qué andar con matices a estas alturas- bailaba sensual en medio de la pista cuando alguien se le acercó y le dijo, totalmente derrotado, sin esperanza alguna, ni siquiera con la intención de ofender: "Qué buena estás, hija de puta", suficientemente alto como para que lo oyera, suficientemente bajo como para que no resultara violento. Luego se fue, borracho y melancólico, como el que se pone a buscar la belleza en una bolsa de plástico volando frente a la cámara de un adolescente perdido.

La chica siguió bailando. Trece años después, y no pasa nada por reconocerlo, seguía siendo igual de espectacular.