viernes, noviembre 21, 2014
Festival Eñe 2014. I. Rodrigo Fresán y Patricio Pron
Se me hace raro charlar con Rodrigo Fresán. A él también se le hace raro y por eso, supongo, evita el contacto visual y da vueltas a mi alrededor mientras me habla de Stephen King y de traumas infantiles. Fresán como icono de una época muy concreta. La época de LC y la época de Hache, cada una a su manera. Ella me llamaba Guille Kai y yo la llamaba Laura-Laure. Éramos hermosamente pedantes.
Una vez, cuando Fresán publicó "El fondo del cielo", conseguí una entrevista bastante larga y me llevé a Hache de fotógrafa igual que me la había llevado tres años cuando entrevisté a Nacho Vegas. Fue una entrevista divertida, un hombre de una conversación prodigiosa y una inteligencia envidiable. Hache parecía muy ilusionada, tanto que no abrió la boca en toda la mañana, su manera de demostrar que así todo estaba bien. Yo creo que, si se hace recuento, no fui tan cabrón como ella cree, más bien al contrario, pero hacer recuento de una amistad perdida es una cosa penosísima.
Por lo demás, poca actividad en el Festival Eñe. Los chicos de Lapsus Calami en su rincón de editores, la zona Chill-Out con mejor acústica, mis tres libros a la venta y una chica de la radio del Círculo que se me acerca y me pide que le responda a unas preguntas. Cuando estoy en medio de la segunda me doy cuenta de que no sé ni lo que estoy diciendo y que voy a caerme rendido de sueño ahí mismo, en la planta segunda.
Dice Jorge que está tomando una medicación que hace que su cerebro funcione a la mitad de velocidad. A mí me bastó con tener un hijo.
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Por cierto, Fresán está ahí para charlar con Patricio Pron sobre la figura del escritor como tema de narrativa. Es una charla prodigiosa porque son dos hábiles conversadores, y saben mezclar ironía con erudición sin mayor problema. Citan varios ejemplos de novelas sobre escritores y a mí se me vienen dos a la cabeza que no aparecen en su lista: las dos escritas por autores "malditos" y con el lumpen de fondo, pero con intenciones muy distintas: Henry Miller y Roberto Bolaño.
Una de las agonías de "Trópico de Cáncer" era precisamente el empeño del protagonista en convertirse en escritor y la diferenciación que hacía entre su vida y su vocación. Estar en la fiesta pensando en que tendrías que escribir el libro y estar escribiendo el libro bloqueado porque querrías estar en el tranvía ovárico. La dicotomía narrador-personaje que me obsesionó durante años, el grito que Miller repetía cada diez páginas: "Soy escritor, soy escritor, soy escritor"...
Bolaño, que no se tomaba las cosas menos en serio y ahí está su biografía, mostró mucho más sentido del humor en "Los detectives salvajes". Si en Miller, ser escritor era apartarse de los focos, renunciar a la vida, en Bolaño teníamos lo contrario: el poeta García Madero y toda su panda de pirados realvisceralistas que solo entienden el hecho de ser escritor como una manera de ser protagonista. Estética. Narrativa de uno mismo.
Me choca tanto su ausencia que me decido a comentárselo en las preguntas al final de la charla pero, mientras formulo mentalmente lo que voy a decir porque se me acaba de ocurrir y tampoco quiero parecer pueril, la conferencia se acaba y nadie ofrece un micrófono al público.
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Noche magnífica en Madrid. Por fin un otoño digno de ese nombre, con la gente en la calle y los museos iluminados, dos agentes de seguridad bromeando a la entrada del Thyssen.
Un lugar fascinante, el Thyssen. Una vez fui de noche con la Chica Langosta. Era 2001 y estaba de moda. Había una exhibición de Canaletto y ella devoraba Venecia con su tradicional apetito. Fue una velada preciosa, casi madrugada, los dos juntos paseando por el jardín, tomando una copa en la terraza, paseando nuestra juventud por el Paseo del Prado, las luces del Ritz y el Palace a lo lejos. Yo ya lo había dejado con T. y ella había vuelto ese verano de Iowa City.
Tan bonito fue aquello que cuando llegué a casa le escribí un email de dos folios explicándole por qué la quería y por qué la había querido siempre. No lo mandé. Mi hermano me dijo que me dejara de historias y a mí también me pareció lo más sensato. Probablemente no la quisiera y desde luego no la había querido siempre. Eso sí, no he vuelto a la Thyssen, por si acaso.