domingo, noviembre 08, 2009

Vetusta Morla en la Joy Eslava


Así que queda Álida a mi derecha y a la derecha de Álida queda una chica que se retuerce, que entorna los ojos, que se lleva las manos a la cara, que parece que llora pero sin estridencias. Que sugiere. No una enloquecida que lleve los puños al aire o señale con el dedo el techo de la discoteca o se ponga a gritar. No. Otra cosa. Una chica de Woodstock en medio de la paz y la armonía. El sueño de Ang Lee.

La chica se estremece, ella sola. Está completamente sola. Nosotros somos cinco y al menos tres la miramos continuamente. No sabemos si ella sabe. Puede que sepa. Tiene que saber, sí, si no, todo este espectáculo sería para nada, y ya digo que no es un espectáculo que merezca la atención de todo el mundo y la intervención de los miembros de seguridad. Es más bien un espectáculo para minorías. Algo que puede ser una pasión orgásmica por la calidad del grupo o simplemente un exceso de droga.

Pero a las 9... una chica que parece tan limpia.

Así que, cuando acaba el concierto, decidimos seguirla. De una manera totalmente irracional, por supuesto, porque es una persecución sin propósito. Una finalidad sin fin. Todo estética. Álida y yo la dejamos en la cola de los abrigos y salimos por otra puerta, hablamos por teléfono y esperamos.

La esperamos.

Al rato, sale, aún sonriente, pero sin tambaleos. No va drogada. No tiene sentido que vaya drogada porque en ese caso ahora no estaría tan tranquila andando por la calle Arenal, metida en su abrigo, pasos rectos hacia algo que podría ser el metro de Ópera, móvil en la mano, nadie contesta, de nuevo al bolsillo. Hacia adelante, siempre. "Supongo que sabes que esto podría ser considerado un acto delictivo", le digo a Álida y Álida me sigue y yo sigo a la chica y de repente, no me pidan que les explique por qué, se nos cruza un McDonald´s y se acabó la poesía.

La chica sigue y nosotros nos quedamos. ¿Para qué? No seríamos capaces de decirle nada. Puede que hayamos visto muchas películas francesas pero nos queda el paso definitivo de la contemplación al abordaje.

En la cola del McDonald´s -grupo de post-adolescentes delante, un elevado índice de pibonismo en la calle Escalinata en las noches de sábado-, Álida y yo reconocemos que no queríamos ir al concierto. No es que no quisiéramos ir, sino que la alternativa "casa-calor-partidos de fútbol/películas de Cuatro" era casi tan deseable o más. Sin embargo, son demasiado buenos. Vetusta Morla, digo. Ya, esta era una crónica sobre Vetusta Morla y hasta ahora el nombre no había salido. Cosas que pasan. Lean los encabezamientos.

Vetusta Morla son tan buenos que aunque te falte el entusiasmo te queda la admiración. Realmente son admirables: cinco conciertos seguidos en Madrid, cinco llenos absolutos; Caracol, La Palma, El Sol, La Riviera, Joy Eslava. Es, por tanto, el quinto día y la garganta de Pucho no da para más. Apenas si puede hablar entre canción y canción y pide por favor que la gente no fume.

No le hacen caso.

Pucho en medio de una bruma molesta y junto a Pucho los otros cinco y junto a los otros cinco Yuri Mendez, de Pájaro Sunrise, los chicos de Lori Meyers, Jairo Zabala, Manuel Colmenero... cada concierto tiene sus invitados. Fantaseamos con una conexión en directo con el concierto de Love of Lesbian para una interpretación a dúo. Es lo que les falta para ser U2.

Pucho empezando con "Autocrítica", como siempre, y acabando con "La cuadratura del círculo", dos horas y pico después. La dirección de Joy tirándose de los pelos: esta noche el pase de la discoteca será más corto. Cinco conciertos en la garganta y aun así dos horas. Y aun así todo perfecto. Y aun así no dan la sensación de estar cansados y aburridos -aunque todos sabemos que tienen que estar aburridos y muy cansados- sino que intentan transmitir entusiasmo y Pucho gira y salta y grita a lo Thom Yorke y al final, al final del todo, las luces van y vienen y la chica se lleva las manos a la cara, se acaricia las mejillas, ojos entornados, mirada perdida, y los tres guitarristas se ponen delante y el bidón rueda entre el público y saber que no os puedo aniquilar, no es suficiente para firmar la paz.

Imposible ser racional con Vetusta Morla. Uno lo intenta pero no puede. Uno intenta poner cara distante y mirar resultados del Barcelona y el Real Madrid en el móvil, pero no puede. Se acaba entregando. Sin espectáculos ni contorsiones, pero se entrega. A lo viejo y a lo nuevo, incluso a lo muy viejo, que de viejo parece nuevo. A todo eso. Lo que venga. Empezaron aquí, hace un año y nueve meses, presentando el primer disco de un grupo semidesconocido y Álida y yo ya cantábamos entonces "lo-lo-lo-lo-lo-lo-lo" y "lalalalalalalalalalala". Ahora, se canta menos y se escucha más. Hay que escuchar muy bien porque se oye poco. Porque Pucho amaga casi con el desmayo sobre escena, roto de sensaciones y adrenalina. Un hilo de voz, su cabeza apoyada sobre el micrófono.

El fin. Es el fin. Con vivos muertos. El fin del principio. La chica de camisa con redondeles, no exactamente estilo flamenco sino claramente indie parece que se despierta de un sueño feliz. Camina hacia la salida y solo podemos seguirla. Es nuestra única alternativa.