Agassi no sólo se retiró con decenas de millones de euros en ganancias, numerosos patrocinadores detrás y ocho títulos de Grand Slam después de casi veinte años ininterrumpidos en el circuito ATP. Agassi, además, se retiró como un señor de las pistas, un auténtico caballero respetado por todos, impecable en su trato a los rivales y al público. Habitual de las exhibiciones benéficas y honroso padre y marido de Steffi Graf, ni más ni menos, probablemente la mejor tenista de la historia.
¿Qué motiva que alguien así destroce su reputación públicamente sólo tres años después de su retirada?
Ni idea.
Es fácil apuntar al dinero, pero ya lo hemos dicho: Agassi se retiró con millones de dólares, su mujer tiene otros tantos y honestamente los libros no se venden tanto. Aunque su autobiografía fuera el libro más vendido del año probablemente sus ingresos no superarían los de una temporada aceptable como profesional. Nadie se humilla a sí mismo de esa manera, nadie reconoce que fue un drogadicto y falseó resultados anti-doping, nadie reconoce que su pelo al vuelo, distintivo de los últimos 80, era una peluca con alfileres.
La imagen es patética.
Descartado el dinero, sólo me queda la culpa. La culpa persiguiendo a Agassi todos estos años hasta un extremo inexplicable. Noches de culpa y mañanas de culpa y torneos recibidos con culpa y recuerdos de culpa y necesidad de echarse toda esa culpa de encima y gritarla y decirles a todos los demás: "No soy el que creéis que soy", "no soy el que os he hecho creer que soy". Una culpa con matices: claro. Es decir, entendemos que Agassi no va a devolver ni el dinero ganado durante esa etapa ni los títulos o partidos que la sustancia consumida -cristal, perdonen mi ignorancia pero no sé qué es eso- le hizo ganar en su momento. Tampoco ha reconocido sus errores en una rueda de prensa, sino que habrá que pasar por la caja de la FNAC o similar.
Un ridículo espantoso, en definitiva. Una enorme decepción, también, porque sentirse engañado es de lo más decepcionante. Se te queda una cara de tonto tremenda. De tonto sin peluca, además.
P.D. Para los que se sientan tentados de afirmar que el cristal es una droga recreativa y sin efectos en el rendimiento tenístico solo diré lo que el propio Agassi en su libro: el cristal le hizo sentir la persona más segura del mundo, con más fuerza y disciplina, con más voluntad de orden y esfuerzo. Una persona así, obviamente, tiene más posibilidades de jugar mejor al tenis.