Si ustedes están cansados de leer este tipo de posts imagínense cómo puedo estar yo de vivirlos. De dormir cuatro horas después de celebrar una Nochevieja poco prometedora, levantarme ni siquiera resacoso, coger un tren para Alcalá de Henares, todo el mundo durmiendo menos yo, leer un poco a Andrés Neuman, con sensaciones algo encontradas, volver, arreglar el mundo como uno puede, salir pitando a Torrejón, llegar tarde al metro, llegar tarde al tren, llegar tarde a la Escuela, recibir reproches como bienvenida. "Llegas tarde", me dicen, como si yo fuera el metro, el tren y las calles que se desvían en el último momento.
Dar cuatro horas de Básico 1. La sexta escuela en trece meses. El enésimo nivel. Paso de Avanzado en Rivas a Básico en Torrejón. Esquizofrenia. Melancolía. Los alumnos de Básico 1 son encantadores. Siempre lo son. Trabajan y le ponen un entusiasmo encomiable. Preguntan por todo y además normalmente son preguntas que te sabes. Hay buen rollo. Buen rollo y apagones de luz. Cada diez minutos o así se va todo al garete: imposible poner un CD, imposible poner un vídeo. Todo pizarra, como en los viejos tiempos. Y fotocopias.
Cansado de andar de vuelta por el Paseo de las Fronteras, que da al Paseo de la Constitución -hace ocho años yo trabajaba ahí, dando clases de informática, inglés y filosofía, todo junto, en una academia improbable. Lucía me esperaba al otro lado de la vía- y de correr para coger el tren, que aun así vuelve a retrasarse, igual que el metro y vuelvo a tardar una hora y pico en llegar a casa, post-producir un corto, arreglar una página web, convertir PDFs.
Mi personal assistant dijo el otro día que el objetivo de mi vida era morir de un infarto a los 35 años. Si hacemos caso al Facebook, será con 38 recién cumplidos.