Elvira Navarro (Huelva, 1978) forma parte de ese nuevo grupo de escritores jóvenes que tienen la inmensa suerte de no formar parte de ninguna generación. Autores no adscritos a ningún movimiento que se limitan a narrar con gusto y emoción, placer por la literatura y recuperación de estilos con aspecto más clásico para adaptarlo a temáticas contemporáneas que no necesariamente incluyan pantallazos de Google.
Después de sorprender a la crítica con su formidable primer libro, “La ciudad en invierno”, donde ya se ponían las bases y algunos de los personajes de su universo particular como escritora, Navarro publica ahora “La ciudad feliz”, premio Jaén de Novela, bajo la siempre prestigiosa ala de la editorial Random House Mondadori.
La novela narra la historia de dos pre-adolescentes en una ciudad de provincias apresados por el tedio y las expectativas: Chi-Huei, traído por su familia desde China en lo que se supone es un acto de amor pero en realidad esconde codicia y planificación, y Sara, una púber que busca liberarse de las rutinas familiares.
¿Qué tiene de feliz tu “ciudad feliz”?
El título es irónico. Coincide con el del restaurante donde se desarrolla la acción de la primera parte pero el trabajo en ese restaurante es algo atroz, igual que el resto de la vida de Chi-Huei con su familia. En cuanto a Sara, en esa ciudad es donde se produce el encuentro con un vagabundo que provoca una gran crisis en su vida.
¿Crecer es siempre darse cuenta de algo terrible?
Crecer es tomar conciencia de nuestra situación. En el caso del niño chino, supone la revisión de la infancia en su país con una mujer que le cuidaba por dinero. Se niega a que la madre reduzca toda su relación con esa cuidadora a una cuestión económica, porque en realidad son la madre y el abuelo los que le están tratando casi como un producto más. Para Sara y para él, crecer es un intento de construir frente a lo que el entorno les impone.
Todo narrador suele mantener una distancia, pero tanto en tu primer libro como en este segundo, esa distancia con respecto al mundo que le rodea parece abismal. Nadie (o casi nadie) les entiende.
No tengo ni idea de dónde viene eso. Me pongo a escribir y me sale así. Me gusta practicar una escritura consciente y la consciencia implica distancia. Si te involucras mucho en las cosas, pierdes cierta capacidad para nombrarlas.
El libro está prácticamente partido en dos historias con un ligero nexo de unión entre ellas, ¿se concibieron como obras separadas?
Primero escribí la segunda parte, llamada “La orilla”, pero el personaje de Sara se acabó convirtiendo en Clara y el proyecto germinó en “La ciudad en invierno”, mi primer libro. Luego, al retomar la historia, me empezó a interesar su compañero de juegos, el chico chino, así que decidí ahondar por ahí, contar más de ese personaje y menos de su historia en común. Tuve que eliminar muchas hojas pero creo que así está mejor.
Son personajes con una crisis de identidad potente: su familia es lo más ajeno y no se identifican con sus valores. Chi Huei no sabe ni dónde está, todo le es extraño; Sara vive con unos parámetros de comportamiento que le han dado sus padres pero en cuanto se cruza el vagabundo en su vida, todo eso se tambalea.
¿Y qué tienen en común Sara y Clara, la protagonista de tu primer libro, aparte de un nombre muy similar, clases de dibujo y una pasmosa facilidad para salir del tedio y meterse en problemas?
Al principio eran la misma protagonista: Clara sale de Sara pero el personaje de Clara me parece que está más definido. Sara es más juguetona, Clara es más realista. Sara es más fantástica, más niña, está jugando todo el rato. Clara es más dura en ese sentido.
Y hablando del tedio, ¿crees que llega un momento en la vida en el que efectivamente lo aceptamos sin más, sin rebeldía adolescente?
Creo que sí. No es que lo aceptemos, es que al final no lo vemos. Es un tedio cómodo, tampoco estás mal. En el caso de la familia china, sí puede ser algo pesado, trabajoso… cuando escribía esa parte me imaginaba un sonido como de fragua, con los golpes constantes de los martillos y lo intentaba llevar al texto a base de repeticiones. Pero el tedio de la familia de Sara es un tedio de sofá y televisión, no está tan mal.
Hablando de tu carrera, ¿cómo recibiste la catarata de elogios que sucedió a tu primer libro, “La ciudad en invierno”?
Que te elogien siempre es un gusto. El ego se me hinchó y supongo que me convertí en una imbécil, pero luego relativizas porque si ves las fajas de todos los libros resulta que todos son obras maestras. Lo que más ilusión me hizo fue el comentario tan entusiasmado de Vila-Matas en “El País” y en su libro “Dietario voluble”, pero como soy más bien negativa pronto se me olvida todo eso.
¿Y cómo llevas ahora que tu segundo libro esté hasta en los quioscos de las estaciones de tren?
Hombre, pero no está en las estaciones de tren…
(Sí está, el fin de semana aparecía junto a Dan Brown en el Relay de la Estación de Chamartín, le comento, ella se queda con un gesto abrumado en la cara)
… Vaya. Bueno, todo esto es muy cansado, pero por otro lado no ha pasado suficiente tiempo para hacer balance porque las críticas aún no han salido. Me gusta ser una autora que está al alcance de todo el mundo, claro, pero me falta ahora mismo el “feedback”, que es lo que me importa: las lecturas que se hagan del libro.
¿Por qué esa manía de publicistas y críticas de crear “generaciones” cada vez que salen dos o tres autores más o menos jóvenes y tienen éxito?
Supongo que es más cómodo. Parece que se genera un efecto de revolución, pero por ejemplo, en la “Generación Nocilla”, se ve a dos figuras pero el resto queda enterrado. Es muy contraproducente. Por suerte, yo me he quedado fuera de todo eso.
¿Hasta qué punto el escritor novel debe contar algo nuevo o simplemente contar lo que sea pero contarlo bien?
Tengo una posición ambigua con ese tema. Entiendo que digan que todo está hecho: en temas y en formas. Como lectora, me encanta la novela del XIX y me canso ante determinadas formas actuales. Creo que la ficción está de capa caída. Es bueno innovar pero también se puede recurrir a formas antiguas y reciclarlas.
¿Alguna vez te has sentido sobrepasada por las expectativas?
Sí, ahora un poco, pero es que yo siempre he vivido sobrepasada porque tengo unas expectativas exageradas, me pasa como a Chi Huei con su familia que le ahoga o a Sara, tanto con el vagabundo al que teme defraudar como con sus padres.
Sus padres también están sobrepasados, probablemente más, incluso…
Sí, bueno, sus padres representan una generación con problemas para la autoridad y que no sabe muy bien qué hacer en situaciones que se salen de lo normal. Yo, ya te digo, siempre he vivido con esas expectativas encima, a veces me las ponen y a veces me las pongo yo misma.