Se supone que el principal objetivo del monologuista es ser irónico, ingenioso y divertido. Humor inteligente. Sin embargo, bastaba con ver "El club de la comedia" para darse cuenta de que eso no era siempre posible: en España ha habido Gila y ha habido Tip y Coll, pero la larga y pesada tradición de Morancos y Calatravas sigue ahí, pendiendo sobre todos nosotros.
Resulta difícil calcular a importancia del canal Paramount Comedy en la irrupción de un nuevo concepto: no se trataba de que cómicos famosos interpretaran los guiones de otros, sino que cómicos desconocidos demostraran su talento. Así empezaron a surgir los Agustín Jiménez, Eva Hache, Ángel Martín, Joaquín Reyes, Ernesto Sevilla, Dani Mateo, Ignatius Farray, Don Mauro...
Lo destacable de esta generación, aparte de su rapidez prodigiosa, es su gran formación. Jóvenes aunque sobradamente preparados. Por supuesto, hay excepciones, pero en sus monólogos casi siempre hay referencias que van más allá del chiste popular y que consiguen llegar a otro público más "entendido", sea eso lo que sea. Si sirve de algo poner algún referente, podríamos apelar a Woody Allen más que a Chiquito de la Calzada. Supongo que mencionar la influencia de Jerry Seinfeld y Larry David también es inevitable.
Ricardo Castella y Juan Diego Martín son dos de los mejores "productos" de la "Factoría Paramount". Castella ha tenido sus momentos de gloria en la televisión nacional, con su sección de política en "Noche Hache" y sus colaboraciones en Antena 3. El espectáculo "Cómico bueno, cómico muerto" juega con eso, de hecho: un cómico más o menos conocido y un debutante coinciden en un espectáculo y aprovechan cada abrazo para clavar una puñalada en la espalda de su compañero.
A partir de ahí, da gusto ver a Castella y Martín interactuar. La química entre ambos es indiscutible, y no sólo se limitan al chiste y el monólogo irónico: se atreven a cantar, a tocar instrumentos, a hacer teatro del bueno... Hay una idea detrás de todo esto y la idea es buena: descargar tensión de los monólogos, que no dejan de ser el plato fuerte. Entre actuación y actuación los dos cómicos se tantean, se felicitan y se enfrentan. Se engañan y se dejan engañar. Caen en el absurdo y no les importa.
Si la cosa se limitara a cinco buenos monólogos y punto, quedaría algo soso. El espectáculo gana visto desde dentro del espectáculo y las subtramas sirven para reforzar lo básico: alces, judíos, japoneses, juegos olímpicos y orgías. Sacar el monólogo de los bares y meterlo en teatros me parece un gran acierto. Un cómico, de toda la vida, no es un borracho ingenioso sino un actor. Castella y Martín actúan a un excelente nivel y el texto es en ocasiones genial. El que los conozca, ya se lo imaginará. El que no los conozca, debería empezar a pensárselo.
Teatro Alfil. Calle Pez, 10. Más información y vídeo-entrevista en
el blog de Ana Boyero.