jueves, marzo 06, 2008

Ciencia-ficción


Por primera vez en mi vida, ayer escribí un cuento de ciencia-ficción. Hablaba de fútbol y Giuly marcaba un gol. Ese era el elemento inverosímil y fantástico. Estaba dedicado a David, que prefirió venir al taller antes que ver el partido. A lo que se ve, hizo bien. Creo que el gesto dice mucho de él, así como la entereza con la que se tomó la derrota -sobre todo a partir de la tercera copa.

Fue una noche de taller deliciosa, con el regreso de Lara y su nuevo libro, la presencia de al menos dos tristes tigres -Álex y Paco- y uno de los mayores quorum que se recuerdan últimamente. Eso sí, pocos textos. Es una pena.

Pero, por otro lado, es una alegría. A mí por lo menos me alegra. Que la gente se pierda partidos, que apure los viajes, que saque tiempo de donde no hay, que vaya a "La Buena" a pasar noches perdidas de miércoles todo porque quiere estar con nosotros, vernos y oírnos y tocarnos -sobre todo si nos toca Peter- me parece algo formidable.

Y además podemos discutir todo lo que queramos, pero el caso es que somos los mismos de siempre, como si los aspirantes amagaran pero no dieran, se sintieran de alguna manera pequeñitos, como Magapola en su primer día, hasta que se dio cuenta de que ahí no nos comíamos a nadie. Al revés, si nos pillan de buenas puede que hasta nos dejemos comer con facilidad.

Los chicos del taller. Los chicos del Bremen. Una pandilla deliciosa. De lo poco bueno que dejó en herencia 2007.

Y, bueno, el relato, claro, se me olvidaba. Ciencia-ficción, ya digo. Pero a veces, la realidad supera a la ficción. En este caso la mejora. Compruébenlo.