El problema de Sarkozy es su voluntad de meterse en todos los fregados. Desde liberar cooperantes a casarse con cantantes ex-modelos. Eso hace que caiga mal, por supuesto. Un tipo que hace tantas cosas todo el rato y con ese aire de suficiencia no puede tener un gran respaldo en la opinión pública. Ahí están las últimas elecciones municipales en Francia para demostrarlo.
Sin embargo, esa voluntad refleja algo totalmente nuevo y aprovechable: desde el final de la II Guerra Mundial, el papel de Europa en el mundo se había limitado al de un observador pasivo. En todos los aspectos, dejaba sus decisiones en manos de Estados Unidos o la Unión Soviética. Cuando la URSS desapareció, nadie dio un paso adelante, excepto quizás los islamistas. El islamismo ha sabido ocupar un vacío ideológico irónicamente anti-imperialista y ejerce globalmente de contrapeso ante EEUU.
En medio, como digo, queda Europa. No hay mucho que decir de Europa. Los europeos estamos muy contentos de ser europeos precisamente porque hace decenas de años que no nos matamos y podemos ver tranquilamente cómo los demás se matan. Cómo se matan en Palestina, en Sudán, en Bosnia, en Chechenia, en Liberia... El país nos da un poco igual. Mandamos médicos y compramos el periódico para poder indignarnos mejor.
En política exterior, Europa no existe.
Al menos, hasta que llegó Sarkozy. Y Sarkozy es un tipo que puede hacerlo todo mal, y desde luego eso es un riesgo, pero al menos parece un tipo que va a hacer algo. Por ejemplo, pedir un boicot a la inauguración de los Juegos Olímpicos en China por su brutal represión en el Tíbet. La respuesta más común a esa amenaza es la más divertida: "Total, si llevan años haciéndolo, esto no va a arreglar nada". Exacto. Llevan años haciéndolo y nosotros mirando. Así que está bien que al menos alguien diga algo.