Si el fútbol es un estado de ánimo, digamos que el estado de
ánimo del Barcelona ahora mismo es confuso. No desastroso, no displicente,
simplemente confuso. En el partido de ida de la Copa ante el Valencia hubo un
poco de todo pero casi nada de lo que ha hecho grande al equipo en estos tres
años y medio: el juego de posición y
ocupación de espacios que le permitía llegar al gol a base de toques y toques,
todos ellos al borde del área contrario. No ayuda tampoco que en toda la
plantilla -¡en toda la plantilla!-no haya ni un delantero centro nato.
Recuerden la que montó el año pasado Mourinho porque solo
tenía dos y se le lesionó uno.
El caso es que salió Guardiola con Puyol de lateral derecho
para frenar a Mathieu y Mathieu hizo lo que quiso por su banda, bien acompañado
como siempre por Jordi Alba. Hay algo terrorífico en la defensa del Barça más
allá de los resultados concretos y es la sensación de desconcierto que refleja
cuando le atacan. La falta de costumbre. Mathieu apareció por aquí, por allá y
para cuando Puyol quiso buscarle ya estaba dando el centro perfecto para que
Jonás marcara el primer gol del partido en un remate perfecto. Un centrador
solo para un rematador solo.
Con todo, el problema del Barça era su fragilidad con el
balón en los pies. Busquets perdió un balón que estuvo a punto de causar un
segundo gol, las distancias mal medidas en los pases obligaron a Pinto a
despejar siempre a larga distancia y probablemente tocar con la mano fuera del
área un balón que disputaba con Soldado. En estos casos, como el año pasado en
el balón que Albiol sacó tres milímetros dentro o fuera de su portería, lo que
el árbitro pite me parecerá bien. No puedo pedirle que sea un ojo de halcón. Sí
puedo pedirle que tenga un mínimo criterio a la hora de pitar faltas y
amonestar. Un nuevo ejemplo de árbitro superado que en cada lance puede señalar
cualquier cosa a favor de cualquier equipo. Un peligro público, vaya.
Después del gol del Valencia, el Barcelona no mejoró. El
equipo lleva demasiados años construido a partir de Xavi, Iniesta y Messi y
parece que los demás no quieran molestar. Cesc lo intentó pero no tuvo éxito en
casi ninguna de sus acciones. Alexis, simplemente, juega a otro fútbol: le
cuesta combinar, le cuesta no encarar y en este momento le cuesta desbordar. De
un error suyo ante el portero en una de las pocas jugadas del Barça que recordaron
los viejos tiempos y que Alves despejó a córner llegó el 1-1, un desastre
absoluto de la defensa che, que permitió al único rematador del Barcelona en
estas jugadas, Puyol, llegar solo en el segundo palo ante un portero a media
salida. Le bastó con picar el balón para empatar el partido.
Un despropósito.
Daba la sensación de que el Barcelona escapaba vivo a la
primera parte. Vivo y con un buen resultado. Son las semifinales de Copa, estás
jugando ante un equipo Champions con los Cuenca, Tello, Dos Santos y compañía,
tampoco vas a esperar una goleada. En la segunda parte hubo una mejora, quizá
no en la precisión –no sé cuántos balones perdió el Barça en el partido,
incontables- sino en la actitud, un poco más adelante. El Valencia pareció
cansado y reculó unos minutos. Los suficientes para que Thiago forzara un
penalti que falló Messi y que Alves tirara al poste un balón que olía a gol.
El partido del argentino fue francamente mejorable. Si no
hay ningún problema en decir que es el mejor del mundo cuando juega como el
mejor del mundo tampoco debería haber problema en decir que no jugó bien cuando
ese día no juega bien, como fue el caso este miércoles. Messi estuvo
desenchufado, recibiendo demasiados balones de espaldas, torpe en la conducción
y empeñado en el “uno contra el mundo” que tanto se le achaca a Cristiano
Ronaldo. Messi se engrandece cuando ve a sus compañeros, cuando les hace jugar.
Entre el respeto reverencial que le tienen todos y su ofuscación, el Barça
perdió numerosas situaciones de cuatro contra tres o tres contra dos, solo por
el empeño de Messi en conducir, regatear y acabar la jugada.
Cuando sale, es maravilloso, pero eso no puede ser una
solución, solo un recurso. Al lado tienes a Cesc, tienes a Alexis, tienes
incluso a un Cuenca que jugó un buen partido. Tienes que confiar en ellos.
Seguro que Guardiola se lo hará saber: la ansiedad es mala consejera.
Tras esos minutos de agobio barcelonista el partido volvió a
la primera mitad: pocas oportunidades, mucho embudo, dos equipos partidos sin
apenas posibilidad de combinación y mucha presión para recuperar arriba como
única baza ofensiva. No es lo que se espera del equipo de Guardiola pero es
probable que mentalmente no dé para más. Sus cambios fueron Dos Santos, Tello y
Alves. Insisto, los Tello, Cuenca, Dos Santos, Sergi Roberto… son excelentes
recursos para una temporada tan larga, pero cuando te tienes que jugar el pase
a una final con ellos, suplentes del B en ocasiones, es que tu plantilla tiene
un problema.
Pero si no se quiere ver no pasa nada, es una paranoia mía y
ya está.
Los últimos quince minutos volvieron a ser del Valencia:
corners, faltas bombeadas… no hubo demasiado peligro salvo alguna jugada de
Soldado o Banega, excelente todo el partido, pero tampoco sufrió ante un ataque
barcelonista que, curiosamente, se lució en el juego a balón parado. Hasta dos
veces entró Messi solo en el segundo palo para continuar la jugada o rematar a
puerta, igual que Puyol había hecho en la primera parte. En la primera
oportunidad, Piqué no aprovechó la asistencia y en el segundo, el argentino
mandó el balón fuera. Una tónica durante todo el partido.
Incluso jugando mal, el Barça crea oportunidades. Las creó en
Villarreal y hoy en Valencia. Cuando estas rachas de desacierto llegan es inevitable
acordarse de la falta de rematadores con instinto en la plantilla. No los hay y
cuando los hay se venden –Jonathan Soriano-. A la espera de que Pedro y Villa
vuelvan de sus lesiones –y habrá que esperar mucho- me temo que esto es un
Messi, Messi y Messi más el acierto puntual de Alexis o Cesc, dos jugadores con
una cierta capacidad para golear pero que nunca han tenido ese rol en sus
equipos.
En definitiva, el 1-1 es un resultado que deja todo abierto
para la vuelta. Viendo a Pinto y el estado de nervios al que somete a su
defensa, no es imposible pensar que el Valencia marque uno o dos goles en el
Camp Nou, obligando al Barcelona a marcar tres. Ni idea. La previsibilidad
demoledora del Barça de otros años ha desaparecido. Esto no es una caída “a la
Rijkaard” ni mucho menos, es simplemente un escalón competitivo menos, y un
escalón por debajo de la excelencia se nota mucho. Solo es eso.