Empecemos por algo muy frívolo. ¿Qué se les ocurre?, ¿Gran
Hermano, por ejemplo? Muy bien, empecemos por Gran Hermano. Un ex concursante
ha sido apaleado recientemente a la salida de una discoteca y ha perdido la
visión de un ojo. Otra ex concursante fue apuñalada a primeros de enero a la
salida de otra discoteca en Fuerteventura. Uno podría pensar que tampoco es
ningún escándalo sino una cuestión de estadística: al ritmo de ediciones,
pronto habrá más ex concursantes de Gran Hermano en este país que parados.
Además, sus ingresos dependen de las discotecas y, en fin, quizá no sea el
lugar más seguro para ganarse la vida.
En cualquier caso, voy a serles sincero: a mí Gran Hermano
me da igual. Me puede fascinar la frivolidad pero no deja de ser un vicio
solitario. Estudié cinco años de filosofía y muchos años de Oposiciones para
poder permitirme algunos lujos probablemente innecesarios. No necesito aislarme
en ninguna torre de marfil: en mi post-adolescencia coqueteé con la televisión
basura y nunca me pierdo un partido del Barcelona o de Roger Federer, esto es
así. No me vanaglorio de ello, simplemente lo constato.
Todo esto de lo que les hablo lo pueden llevar a su entorno
habitual, sea el que sea, porque el fondo es el mismo: la agitación del odio.
En los programas de corazón, desde hace más de una década, aquellos lodos de
“Tómbola” y Canal Nou, se vive de azuzar las bajas pasiones de manera continua:
el personaje famoso se presenta desde la burla, la decadencia, el ataque
gratuito, elevar a lo más alto para después atizar lo más fuerte posible. Horas
y horas y horas. La vida de los demás ya no pretende impresionarnos, pretende
enfadarnos, pretende que pensemos “¿Por qué ellos sí y nosotros no?” y nos
alegremos con cada una de sus desgracias.
O las protagonicemos en cualquier discoteca de pueblo. ¿Por
qué no, quién nos lo impide?
El odio. No es una cuestión televisiva. Fíjense en cada
campaña electoral. ¿Qué hacen los dos grandes partidos? Incitar a que no se
vote al otro. Simplemente. Apelar a lo que hay de desprecio atávico en el
votante para obligarle a no votar, a tener miedo, a lanzarse a la calle o a la
urna con la cara descompuesta, “se van a enterar estos”. Ortega ya decía hace
casi 100 años que el problema de este país –entre muchos otros- era “la acción
directa”, es decir, esa tendencia de cada español a pensar que él puede
solucionarlo todo sin mediadores. ¿Y qué mayor expresión del mediador que el
político?
O las discográficas, ojo.
Que Ortega tenga razón, y la tiene, no evita las
caricaturas. Los políticos se han convertido en despreciables. Unos a otros, me
refiero. La agitación, el insulto, la mofa… la falta de reconocimiento del
contrario como tal, convertido sin más en enemigo, no es un invento de la masa,
es la clave de cualquier campaña. El papel del periodismo en todo esto es el
habitual en estos tiempos: una simple cadena de transmisión. Garzón sí, Garzón
no. Camps sí, Camps no. Rubalcaba-Chacón, Gallardón-Aguirre. La necesidad de
tomar una postura radical ante todo, despreciando la realidad del tronco y las
ramas.
A menudo mis amigos me reprochan que no tenga una opinión
sobre cada caso concreto. Mi tibieza, por así decirlo. Mi desesperante
lentitud, un proceso insostenible en términos económicos, que diría aquél. Yo entiendo
esa necesidad de creer. Incluso la envidio. Simplemente, no me es posible
compartirla, necesito razonar antes, tener los datos. Molestarme en analizar
antes de gritar. Mourinho o Guardiola. Pepe o Xavi. El País o El Mundo.
Losantos o Gabilondo. Tronistas o tertulianos.
Mande un SMS al número de su elección.
Ha llegado el momento en el que no insultar se ha convertido
en defecto de “maricomplejines”, no ser un forofo en rémora de
“pseudoaficionados” y no votar contra el enemigo en tara de nihilistas poco
comprometidos. Luego llegan las navajas y las patadas. Tiene su lógica. Puede
que en primera instancia la basura del contenedor ajeno nos resulte un problema
de los otros. Ya saben, el infierno.
Pero no, pónganle el color que quieran que, con el tiempo, acabará oliendo todo
igual.