Envuelto en esta extraña pretemporada de finales de febrero, cara a recuperar sensaciones para los meses de abril y mayo donde se jugarán las dos competiciones que el Barcelona puede ganar, la visita al Calderón suponía una importante piedra de toque para medir la capacidad competitiva del equipo en una liga perdida y ver si determinados jugadores y automatismos van mejorando o no. El resultado tuvo un poco de todo: algunos errores se magnificaron, otros se corrigieron, en general, el equipo compitió bien y hasta el final. Esa es una buena noticia.
De hecho, la primera parte del Barça fue brillante. Cuando Cesc juega de mediocampista se ven sus verdaderas cualidades aunque eso le aleje del gol. Mandó, fue vertical y asistió a Alves en el primer gol después de ser asistido a su vez por Messi en una brillante jugada del argentino. Lo cierto es que, pese al dominio azulgrana y una cierta tosquedad atlética, equipo corajudo pero demasiado contundente en ocasiones, distraído del juego en sí, el Barcelona apenas creó oportunidades: el gol de Alves y otro gol anulado a Messi por una mano al orientar el balón. Recibió por esa jugada una tarjeta amarilla algo dudosa que le impedirá jugar la semana que viene ante el Sporting en el Camp Nou. Sinceramente, el descanso no le vendrá nada mal.
Si el dominio no se transformó en contundencia fue por una cierta tendencia al embudo en el ataque visitante, una tendencia que empieza a ser preocupante fuera de su campo. Al retrasar a Cesc, Iniesta queda condenado a la banda izquierda, donde su rango de acción va a ser siempre hacia dentro. Con Alexis como delantero centro y Messi de media punta, la banda derecha queda sola para el lateral. Aunque Alves fue probablemente el mejor del Barcelona en la primera parte, no da para todo. Un lateral ofensivo no deja de ser un lateral y por el centro el Barça pudo dominar el balón y mostrar superioridad pero no peligro propiamente dicho.
La segunda parte mostró lo peor de los de Guardiola. Lo que se viene repitiendo en las últimas semanas y no habíamos atisbado en los tres años anteriores: la endeblez defensiva. El equipo pasará a la historia por sus rondos, sus goles y sus títulos, pero posiblemente se olvidará que en el camino han quedado tres Zamoras para Valdés y que este año, pese a todo, va camino de un cuarto. El Barcelona de Guardiola a diferencia del de Cruyff, el de Van Gaal o el de Rijkaard siempre ha sido un Barcelona que presiona, corre, agobia... y apenas concede oportunidades al contrario. No ya goles, oportunidades.
A los tres minutos de la reanudación ya podíamos ver que ese Barça no estaba en el Calderón. Adrián volvió loco a los defensas culés y una serie de internadas derivaron en un córner en el que el propio Busquets sirvió de prolongador en el primer palo para que Falcao remachara a placer en el segundo una vez Puyol se había desentendido completamente de su marca. De la marca del mejor goleador del equipo contrario, no deja de ser sorprendente.
Al enésimo despiste a balón parado le siguieron unos minutos de zozobra. El Barcelona no conseguía combinar porque el Atleti no le dejaba y porque la precisión no existía. Tensión y caras largas, no ya por los 10 o los 12 puntos sino por la necesidad de re-encontrar un patrón y hacerlo lo antes posible. El Atlético supo interpretar perfectamente la ansiedad azulgrana: con una presión muy adelantada se aprovechó de la enorme distancia entre líneas -algo casi inaudito- del Barcelona para filtrar balones por detrás de la defensa para su delantero estrella. En uno, Valdés salvó el gol. En otros dos, lo salvó el juez de línea en sendos errores garrafales.
Es inevitable hablar de nuevo del arbitraje. Penoso. Si después de lo de Vallecas, el listón estaba alto, Pérez Lasa demostró que siempre es capaz de superarse: que el Barcelona acabara con una tarjeta menos que el Atleti cometiendo la mitad de faltas es ridículo, que el juez de línea se equivocara en esos fueras de juego es ridículo y que no viera la mano de Busquets en el 89, que, por cierto, habilitaba de nuevo a Koke para el empate a dos, empate que salvó, una vez más, Valdés, es un signo de incompetencia, aunque a su favor hay que decir que nadie del Atleti reclamó esa jugada y que se produjo en plena melé de empujones en el área.
Volviendo al fútbol, si la defensa se mostró vacilante, el medio del campo flojo en la presión y el ataque espeso en su empeño por entrar siempre por el medio, hay que reconocerle al Barcelona su capacidad para no rendirse. Como vengo diciendo, los puntos poco le importaban. Al Atlético le iba mucho más en el envite y siempre pareció tener más ganas de llevarse el partido, pero el Barça al menos no se descompuso. Alexis tuvo el 1-2 a pase de Alves y Messi se inventó una genialidad para colocar el balón en la escuadra de falta directa cuando la barrera aún estaba intentando colocarse, un gol marca de la casa. Una genialidad, vaya, aunque no será bueno que el Barça fíe Copa y Champions a las genialidades, sin más.
Tuvo tiempo de sobra el Atleti para empatar. Se olvidó del juego brusco y siguió con la presión. El Barcelona despejaba balones como podía e incluso Guardiola quitó a un delantero -Alexis- para meter a un central -Piqué, de nuevo fuera de la titularidad-. Hasta en tres ocasiones pudo empatar el equipo colchonero, pero Valdés lo evitó, la última en el mismo minuto 93 en una nueva jugada confusa. La incapacidad del Barcelona para llevarse esos balones divididos y para actuar con contundencia atrás le pudo costar muy cara el domingo y le costará cara en la Champions si se repite.
Lo que sí ha demostrado es que aún es competitivo. No arrasa, pero gana. No mata, pero no se rinde. La pretemporada seguirá en marzo, veamos cómo llega el equipo -y especialmente la defensa- al mes de abril.