martes, diciembre 20, 2011

Lucía Etxebarría y los piratas editoriales


Esta primavera, en los estertores de la Feria del Libro, hablaba con dos editores relativamente importantes sobre el futuro del libro impreso y las amenazas de la piratería sobre la industria editorial. Yo he visto caer desde dentro dos industrias poderosísimas como el cine y la música, las he visto descomponerse durante años y años e imaginaba que las editoriales contaban con un plan para la cuestión, es decir, que estarían preparándose para ofrecer productos que compensaran la gratuidad de las descargas igual que ahora un CD de música suele ir acompañado de un DVD con extras, grabaciones, entradas para conciertos...

Su respuesta, impertérrita, fue: "La mística del papel no se perderá nunca".

Miren, señores, cada vez que un editor habla de "la mística del papel", Amazon baja 10 euros el precio del Kindle. Lo que salva a cada industria en cada momento es el precio del soporte utilizado para disfrutar de lo pirateado. Mientras no hubo reproductores MP3 a un precio razonable, mal que bien, la industria de la música tiró para adelante, desde entonces, directamente se ha derrumbado. Si las editoriales no han tenido problemas con los piratas simplemente es porque no había e-readers suficientemente baratos e interesantes.

No voy a entrar en cuestiones morales. Yo lo tengo muy claro y creo que no hay que ser un genio para intuir que cuando uno hace algo se merece una compensación económica. Puedo entender las referencias a la copia privada y sé que legalmente es todo complicadísimo. Ahora, en vez de grabarle un CD a un amigo se lo subo a un servidor donde, casualmente, tengo otros 100.000 amigos y en mi actividad, como acaba de sentenciar el juzgado que trataba el caso de Pablo Soto, no hay delito alguno. Es una cuestión tecnológica. ¿Cómo se puede legislar al respecto para que eso sea delito sin coartar la libre circulación de contenidos por Internet? No tengo ni idea, en serio, ni idea.

A lo que voy es a las soluciones, porque está claro que de momento la piratería es imparable y la gente se descarga ya libros como se descargaban películas, series o discos de Manolo García. El Kindle está aquí y cuando no sea el Kindle será el iReader de última generación y el caso es que estoy compitiendo con un software que ofrece no solo una lectura clara y poco molesta sino la capacidad de almacenaje de miles de libros y varios diccionarios por si me da por leer en idioma extranjero, más conexión a Internet... Eso frente a la mística del papel.

La mística del papel, manda cojones.

Ahora, Lucía Etxebarría dice que ella no escribe hasta que no le garanticen que va a ver un dinero por las lecturas de su libro. Me parece sensato. También me parece sensato que se culpe a la industria editorial por mantener a precios imposibles productos no competitivos o por limitarse a escanear y hacer un PDF para vender un "libro electrónico" a 10-15 euros. Es una locura, te van a comer vivo. La posición de Etxebarría me parece coherente: sus lectores tendrán que saber que, o compran su libro por los conductos que a ella le provocan un beneficio... o no leerán nada más suyo.

Otra opción, también coherente, es que Etxebarría -o quien sea- decida publicar con editoriales que cuiden algo más la competitividad de su libro en el mercado. Sé que lo que estoy diciendo es duro, pero es la realidad. Editoriales que bajen los precios de los libros, ofrezcan algo a cambio o presenten versiones electrónicas más complejas de difícil pirateo basándose en lo que la industria discográfica trata de hacer desde hace más de un lustro. El problema es que ellos no saben que tienen un problema. O no lo han sabido hasta estas Navidades. Ahora se van a enterar, y pondrán el grito en el cielo e irán a los tribunales y un juez les dirá que no, que eso no es ilegal, que probablemente sea inmoral por completo, pero que no puede hacer nada.

Y en esas estamos, obligando al autor a desaparecer, la verdadera muerte de la novela, conscientes de que hay suficientes millones de libros en el mundo ya escritos como para que alguien eche de menos el nuestro, es decir, muy jodidos... y muy mal asesorados, como suele ser habitual en el gremio.