Compaginar la vida de profesor con la vida de colaborador, articulista, escritor o lo que quiera que sea yo a estas alturas es complicado. Se puede hacer pero, ya digo, es complicado. El requisito imprescindible es no tener vida personal, hasta ahí podíamos llegar. Si uno es capaz de limitar sus sentimientos a un día y medio y vivir el resto de la semana como un autómata, no hay problema, lo que no está claro es que eso sea deseable ni siquiera posible.
De repente se te cruza un paraguas o unos croissants y la existencia se te complica sobremanera.
Vivir en "El diablo viste de Prada" es tentador. No solo la hiperactividad de por sí, que para mí siempre será un abismo por el que despeñarme, sino el hecho de que lo que hago me gusta, así que no sabría por dónde empezar los recortes. Las clases de inglés me resultan tremendamente reconfortantes y me dan el dinero con el que pagar el piso. Lo demás son monográficos sobre baloncestistas a los que adoro, entrevistas con Leticia Dolera, análisis del mundo del cortometraje, artículos para El Imparcial, textos para libros de La Fábrica, biografías inéditas para Panenka, relatos en los que Cenicienta se convierte en puta de lujo...
El problema es cuando no hay una continuidad de sensaciones, es decir, sabes que haces tu trabajo bien, que gusta, lo cuidas... pero no tienes tiempo para disfrutarlo. Esos primeros artículos en los que había entusiasmo detrás de cada coma y uno se leía y se leía a sí mismo en pleno autoerotismo... Yo ya no sé ni lo que publico como para pedir a los demás que lleven la cuenta. De repente, una mañana de martes te encuentras ante una tarea a la que le dedicarías una semana y veinte páginas pero resulta que solo tienes esa mañana y seis folios como máximo.
El reportaje en cuestión junta a Lara Moreno, Elvira Navarro, Pablo Gutiérrez y Coradino Vega. Algunos ya conocerán varios de estos nombres por las listas Granta y demás concursos de popularidad, pero la historia entre ellos va mucho más allá, es apasionante, realmente apasionante, podría publicar páginas y páginas en una revista imaginaria solo con sus respuestas a mis cuestionarios. La literatura en sus márgenes. La literatura en cualquier lado. Entrevistar a escritores que son mejores que tú te hunde un poco en la miseria, sobre todo después de hablar con un editor que reconoce que tiene tu anterior novela desde febrero de 2010... pero aún no ha tenido tiempo de leerla y no sabe si alguien más lo ha hecho.
Mundo sobrepasado.
Eso es lo bueno, por otro lado, de esta vida de reportero suicida y profesor salvaje: que no hay tiempo para las decepciones. Yo podría pensar en lo mal que me va todo y por qué no me publica nadie, pero en ese momento alguien llamaría al telefonillo y le tendría que explicar el pasado perfecto. Las cosas en este microuniverso funcionan así. Un microuniverso ansioso que se podrá descifrar dentro de cuatro años cuando escriba mi séptima novela y en la editorial me digan que están acabando con la segunda.
Yo no podría trabajar en una editorial. Me sentiría desbordado y culpable todo el rato. Sería terrible.
En cualquier caso, el trabajo no es el problema. Este era un post sobre paraguas y croissants. La posibilidad de vivir en un mundo, una realidad, donde haya tiempo para los croissants y los paraguas y todos sus derivados. Algo estamos haciendo mal -algo estoy haciendo mal- cuando no hay tiempo para la piel y el cariño sino que todo se reduce a una sucesión de nombres propios y/o formas gramaticales. ¿Saben lo que pasa? Que me ofrecen otro encargo y yo digo "sí", que me ofrecen otra clase y yo digo "sí". Y lo peor/lo mejor de todo es que digo sí porque me apasiona lo que hago, me apasiona escribir 150 biografías, descubrir y transformar a 150 desconocidos y desde luego me vuelve loco la idea de que el Balón de Oro en realidad sea un señor francés malhumorado, votante de Le Pen y al borde de la jubilación.
Por no hablar de Drazen Petrovic.
Quejarse de ser feliz. Esto sí que es la monda. Pues sí. A veces uno tiene tantos motivos de felicidad que se solapan y vuelven los pensamientos de felicidad de tienda Quechua, es decir, la felicidad rendida. Cortita y al pie, por favor. Correr es de cobardes.